Enrique Rojas es un psiquiatra que ha sabido combinar la consulta médica, la academia y la divulgación científica. El año pasado publicó “Todo lo que tienes que saber sobre la vida” (Espasa, 2020). Título pretencioso, pero, salvado el arrebato marketero, es un libro que dice cosas y ayuda. A quienes contamos los años por decenios nos resultará de mayor provecho, si cabe.
El texto tiene un tono ligero. La materia de la trata no lo es: nada menos que acertar en los mejores acordes que podemos sacar de nuestra vida. Asunto serio como el que más. Es decir, encontrar una articulación armoniosa entre inteligencia, afectividad, voluntad y espiritualidad; dimensiones humanas del hacerse de nuestra biografía personal con las que alcanzamos la madurez que nos lleve a “darle a las cosas que nos pasan la importancia que realmente tienen. Hay pocos dientes de sierra y el ánimo se hace equilibrado, afianzado, duradero, lo contrario de una montaña rusa”.
¿Cuál es la pieza clave del arco vital de nuestra existencia? “La voluntad, responde el profesor Rojas, verdadera joya de la corona de la conducta. El que la tiene puede conseguir que sus sueños se hagan realidad si sabe ser constante. Cuando ésta ha sido trabajada a fondo, trae consigo otra serie de manifestaciones: buena tolerancia a las frustraciones, fuerza suficiente para crecerse ante las adversidades, ser buen perdedor, saber lo importante que es volver a empezar, optimismo que no se dobla ante los problemas y, por supuesto, una alegría de fondo que penetra en toda la persona”. Un consejo que viene como anillo al dedo, especialmente, en esta época de confinamiento, que solicita voluntad fuerte para sobrellevar los embates y cargas de estos meses de crisis sanitaria.
Un buen proyecto de vida apunta a un horizonte amplio de metas, fundado en respuestas “sobre los grandes temas que importan al ser humano y que dan criterio, saber a qué atenerse, conocer la realidad y tener una conducta que está por encima de las modas”. Y agregaría, una conducta que sepa navegar por las aguas revueltas, sin perecer en la tormenta. Darle a las cosas el peso que tienen sin dejarse llevar por las olas alarmistas, en unos casos; desesperanzadoras, en otros. Quienes dependen de nosotros, necesitan piso en el que puedan pisar firme. No podemos darnos el lujo de perder el Norte, aunque más de un viento nos despeine. Hemos de salir al paso, serena y prontamente, a los problemas emergentes: manejarnos en el arte de diferenciar lo urgente, de lo importante y de lo esencial.
Dice Rojas que en la travesía vital se encierra un principio muy importante: “saber esperar y saber continuar”. Muy cierto, en geometría la distancia más corta entre dos puntos es la línea recta. No sucede así en las relaciones humanas: entre tú y yo, la distancia más corta no es la línea recta. Puede ser una hipérbole o toda una vía de circunvalación. Hay que saber esperar para no arrancar los frutos del árbol antes de tiempo. Darle su tiempo a cada uno de los nuestros. El impaciente es violento, lo quiere todo ya y está cercano a patear el tablero al primer obstáculo. Paciencia, mucha paciencia para que cada cosa llegue a su maduración, para que el dulce se ponga a punto de caramelo.
Quien dice “esperar”, también tiene que manejar el arte de “continuar”. Hemos hecho un alto en el camino -de fuerza o de grado-, pero aún no hemos llegado. Volver a estirar las piernas, recuperar el físico perdido, desempolvar el proyecto y ponerlo en marcha. Después de la pausa, vuelve el movimiento. Una trayectoria, quizá, quedo trunca; abrimos otra. La vida tiene de comenzar y recomenzar. ¿Cuántas veces? Muchas, ya perdí la cuenta.
Los grandes momentos estelares de la vida existen, cuando llegan nos llenan de un contento indescriptible; sin embargo, lo habitual será procurar sacarle lustre a las rutinas del día a día. Activar los ojos del alma para ver y gustar “las pequeñas alegrías y placeres de la vida ordinaria. Con frecuencia estas cosas nos pasan desapercibidas -anota Rojas-. Se trata de saber parar el reloj y detener el tiempo que corre fugaz y apresarlo para, en esos momentos, saborear el instante, sencillo, pero muy positivo”. Sí, el gran reto de la felicidad está en convertir los afanes diarios -con sus penas y alegrías- en gotitas de vida lograda.
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