El psicoanalista Massimo Recalcati ha publicado el libro “El secreto del hijo. De Edipo al hijo recobrado” (Anagrama, 2020). En este texto, “a través de la lectura de dos célebres hijos y de la compleja relación con sus respetivos padres –el Edipo de Sófocles y el hijo recobrado de la parábola evangélica de Lucas-, se pretende cuestionar críticamente este resultado del discurso educativo hipermoderno, tratando de señalar la existencia de otro camino. No el de la valorización, a menudo meramente retórica, del diálogo y de la empatía, sino el del reconocimiento de que la vida de un hijo es, por encima de todo, otra vida, ajena, distinta, diferente, al límite, imposible de entender”.
En las relaciones interpersonales nos acercamos mucho a la intimidad del padre, del hijo, de la esposa, del amigo; pero, recuerda Recalcati, que hay honduras a las que no llegamos por más empatía, diálogo y comunicación que pongamos. Ante esa realidad que no puede compartirse, la actitud adecuada es la del reconocimiento, llave maestra que permite el desvelamiento pudoroso del misterio que toda vida humana encierra.
En la tragedia de Sófocles, al filicidio de Layo, Edipo responde con el parricidio y el matrimonio incestuoso con Yocasta, su madre. El destino griego es implacable. En cambio, señala Recalcati, “el padre del hijo recobrado [parábola del hijo pródigo], a diferencia de Layo, da muestras de saber cómo soportar la realidad incondicional que la vida del hijo encarna. Él no responde al gesto “parricida” del hijo [dame mi herencia] con odio, sino que opta por darle su confianza, por no obstaculizar su viaje. A diferencia de Layo, demuestra no temer, sino amar profundamente el secreto absoluto del hijo”. El hijo pródigo, para sorpresa suya, se encuentra a su regreso, no con el castigo del padre, sino con su amor y perdón, de tal modo que no “no es el arrepentimiento el que merece el perdón, sino el perdón el que causa el arrepentimiento del hijo” según resalta Enzo Bianchi, citado por Recalcati.
Sigamos con el hijo. “Son dos los momentos esenciales -afirma nuestro autor- a través de los cuales se constituye la vida del hijo: el primero es el del Otro que imprime en su vida sus propias huellas; el segundo es el del hijo que tiene la tarea de hacer propias esas mismas huellas. Ser hijo –ser un hijo justo- significa convertirse en heredero de esa procedencia del Otro que no hemos decidido; reconquistarla, hacerla nuestra. La tarea del hijo es encontrar su propia palabra en las leyes del lenguaje; es asumir de forma singular lo que los padres nos han legado”. Es decir, somos deudores de una familia, una tradición. Antes de exigir el crédito, hemos de reconocer la deuda.
De otro lado, conviene estar alertas ante el riesgo de reducir la densidad de la aventura humana. “La cultura de la empatía y del diálogo incesante -recuerda Recalcati-, que hoy predomina, aspira a suavizar las duras aristas de la vida al consentir a nuestros hijos un camino carente de obstáculos y tropiezos. Comprender a los hijos se confunde con querer hacerles la vida más fácil, siempre cuesta abajo, carente de peligros y amenazas”. Flaco servicio le hacemos a los nuestros si nos olvidamos de la exigencia. La emergencia sanitaria que vivimos nos ha movido el piso y nos ha puesto frente a frente con múltiples problemas sin previo aviso. Para salir de estas aguas fangosas hace falta mucha fortaleza personal. Es la pedagogía del esfuerzo la que nos entrena a templar el carácter.
Insiste Recalcati en una idea que recorre toda su propuesta. Dice: “la ilusión de la empatía es la de alcanzar una identificación que pueda volver transparente el secreto del hijo. El respeto por su vida diferente y distinta es, por el contrario, la única clave para rehabilitar una descendencia generativa consintiendo que el hijo asuma la responsabilidad de su vida. Dejar que emprenda su viaje teniendo confianza en sus propias fuerzas (…). El mayor regalo del amor del padre, y de los progenitores en general, es el de dejar el secreto del hijo a su propio hijo. Contra la ideología del diálogo y la empatía se hace imprescindible recordar la necesidad de custodiar ese secreto. Significa saber dejar que se marche y estar siempre listos para acogerlo a su regreso. La custodia del secreto no excluye en absoluto el regreso a la casa del padre”.
Un libro para pensar, escrito por un autor que ha dedicado muchas de sus investigaciones al campo de las relaciones paternofilial y maternofilial. Muestra sus cartas desde el principio. Con Freud y Lacan no le hubiese bastado para dar el salto de Edipo al hijo pródigo: los complejos y culpas asfixian la condición humana. Su propuesta gana amplitud cuando incorpora la antropología cristiana a su discurso de tal modo que el deseo se torna en amor y el destino en libertad.