He leído con sumo agrado el reciente libro de Paul Collier “El futuro del capitalismo. Cómo afrontar las nuevas ansiedades” (Debate, 2019), profesor de Economía y Políticas Públicas de la Universidad de Oxford. A diferencias de otros planteamientos demoledores contra el capitalismo, la propuesta de Collier se nutre de un prudente pragmatismo orientado a corregir los efectos perversos de algunas de sus prácticas y derivas.
Señala Collier que este “pragmatismo tiene dos enemigos: las ideologías y el populismo, y ambos aprovecharon su oportunidad. Las ideologías, tanto de derechas como de izquierdas, afirman que el contexto, la prudencia y el razonamiento práctico pueden sortearse con un análisis universal que arroje verdades válidas para todo contexto y momento. El populismo realiza un rodeo alternativo, con unos líderes carismáticos con remedios tan obvios que se pueden entender al instante”. Ciertamente, las ideologías liberales, socialistas y las terceras vías, del tipo de la socialdemocracia, tienden a encasillarse en sus simplificaciones teóricas y encorsetan a la realidad en camisas de fuerza impidiendo las soluciones que una sana prudencia política puede encontrar.
Considera el profesor de Oxford que la solución a las nuevas ansiedades surgidas en nuestro tiempo han de venir de políticas comunitaristas. Indica que “la última vez que el capitalismo funcionó bien fue entre 1945 y 1970. Durante ese periodo, la política estaba guiada por una forma comunitarista de socialdemocracia que había impregnado a todos los principales partidos políticos. Pero los fundamentos éticos de la socialdemocracia se corroyeron. Sus orígenes habían estado en los movimientos cooperativos del siglo XIX, pues se había creado para abordar las urgentes ansiedades de aquel momento. Sus relatos de solidaridad se convirtieron en la base de una profunda red de obligaciones recíprocas que abordaban esas ansiedades. Pero el liderazgo de los partidos socialdemócratas pasó del movimiento cooperativo a los tecnócratas utilitaristas y a los abogados rawlsianos. Su ética carecía de sentido para la mayoría de la gente y poco a poco los votantes les han retirado su apoyo”.
La política y ética utilitarista, en opinión de Collier, ha sido corrosiva para la sociedad, quien sostiene que, “a diferencia de la idea utilitarista de los individuos autónomos, que generan individualmente utilidad para su propio consumo y que cuentan igual en la gran aritmética moral de la utilidad total, los átomos de una sociedad real son las relaciones. En contra del psicópata egoísmo del hombre económico, limitado por los guardianes platónicos del paternalismo social, la gente normal reconoce que las relaciones conllevan obligaciones y que cumplirlas es central para nuestra meta en la vida. La combinación tóxica de guardianes platónicos y el hombre económico que ha dominado las políticas públicas ha despojado de modo inexorable a la gente de responsabilidad moral y ha trasladado las obligaciones al Estado paternalista”.
No somos el monstruo egoísta del que hablaba Hobbes, ni la criatura inocente de Rousseau: ni santos altruistas ni homo economicus, somos seres sociales. Como tales, según lo muestra la sociología, buscamos mucho más que la mera autorrealización individual. Buscamos la pertenencia y la estima social, a lo que se suma la alta valoración que le damos a la lealtad, la inviolabilidad, el cuidado, la libertad, la equidad y la autoridad. Como se ve, no se trata de buscar más Estado, sino de generar más sociedad, toda vez que el Estado ni puede ni sabe reemplazar a las familias y a las empresas. De esto último, los peruanos sabemos mucho. Cuando nos falta trabajo, no acudimos a papá Estado, acudimos a la calle a buscar sustento. Y cuando se trata de quedarse confinados, cuidamos a la familia.
¿Hacia dónde apunta la propuesta de Collier? Apunta a la familia ética, a la empresa ética y al Estado ético. Familia ética es aquella en donde papá y mamá honran sus obligaciones entre ellos y sus hijos, incluso con la parentela extendida. Fomentar políticas familiares que incentiven el egoísmo individual, dinamitando el matrimonio, es un flaco favor que se le hace a la familia y a sus vínculos relacionales. Una empresa ética busca generar riqueza y crecimiento personal entre todos sus stakeholders. La ganancia, eficacia y eficiencia no lo es todo. El buen empresario inspira y acompaña a su gente. El bien de la comunidad no le es ajeno. Finalmente, un Estado ético orienta sus políticas públicas para fortalecer a la familia y a la empresa ética. En gran medida, se toma en serio el principio de subsidiariedad, dejando a los actores sociales que actúen con su apoyo.
“Este es el pragmatismo moral que puede guiar a nuestra política –afirma Collier-, para pasar del fracaso polarizado hacia un trabajo cooperativo y así abordar las divisiones que cercan a nuestras sociedades. Tenemos deberes no satisfechos con los refugiados que huyen de la catástrofe; con quienes están atrapados en la desesperación en las sociedades más pobres del mundo; con los hombres cincuentones cuyas habilidades han perdido su valor; con los adolescentes que van a quedarse atrapados en trabajos sin futuro; con los niños de familias rotas; con las familias jóvenes desesperadas porque nunca tendrán una casa. Debemos satisfacer todas esas obligaciones. Pero también debemos restaurar las obligaciones recíprocas, mucho más exigentes, que en el pasado surgieron de nuestras identidades compartidas”.
Las ideas de Collier están sustentadas en su experiencia como investigador en políticas públicas, en buena parte, en sus largas estancias en África. Está claro lo que promueve: las obligaciones de reciprocidad. Se da cuenta que, sin estos vínculos fuertes interpersonales, los sistemas formales son insuficientes. Sin responsabilidad personal y social, los lazos formales y controles externos no conseguirán lo que sólo puede nacer en el interior del mundo de la vida.
Fotografía del Dr. Collier, Universidad de Oxford