Entre las biografías escritas por Chesterton está la de Santo Tomás de Aquino, escrita en1933, a finales de su vida. Tiene el sello característico de la frescura juguetona de su pluma. Hay buen humor, paradoja, ironía fina y amable, ingenio, sencillez. Etienne Gilson, estudioso profundo de Tomás de Aquino, muestra entusiasmo por esta biografía del doctor Angélico. Chesterton consigue “dar” con el “quid”, el algo que caracteriza los hallazgos filosóficos y espirituales del santo. Se mete en el clima vital del siglo XIII europeo, con sus disputas e idiosincrasias, sus luces y limitaciones.
Tomas de Aquino empata muy bien con el talante de Chesterton: nada hay en el intelecto que no haya estado antes en los sentidos (vista, oído, tacto, gusto, aroma; memoria, imaginación, sentido común). En la ruta de Aristóteles, el santo medieval y el escritor inglés empiezan por lo más pedestre, aquello con lo que nos topamos a la primera, de tal modo que la alta filosofía del espíritu comienza en los colores de las flores; los aromas de la menta, la manzanilla, el anís; los sabores del café humeante, el ceviche fresco, el arroz graneado… Tomás de Aquino no duda de la realidad que tiene delante suyo y confía en la capacidad humana de conocerla. Trabajo esforzado, pausado, pues la realidad se muestra, pero no se entrega toda ella en un solo acto.
“Él ha visto la hierba, y no va a decir que no la ha visto, porque hoy sea y mañana la arrojen al horno -comenta Chesterton- Esa es la sustancia de todo escepticismo en cuanto al cambio, la transición, las transformaciones y lo demás. Él no va a decir que no hay hierba sino solo crecimiento: si la hierba crece y se marchita, solo puede significar que forma parte de una cosa mayor todavía más real, no que la hierba sea menos real de lo que parece (…). No va a decir –con los nominalistas extremos- que como el grano se puede diferenciar en toda clase de frutos, o como la hierba pisada puede mezclarse en el fango con otros hierbajos, no pueda haber ninguna clasificación que distinga los hierbajos del limo, ni se pueda trazar una distinción precisa entre el alimento para el ganado y el ganado”. Dicho en buen romance, Romeo ama a Julieta en el mostrarse continuo de su ser: juguetona y fresca al amanecer, misteriosa en la puesta del sol, silenciosa a la media luz.
Dios crea día a día, de cada una de sus criaturas dice que son buenas; al contemplar al ser humano, dice que es “muy bueno”. El pecado original hiere esa bondad de la creación, pero no la anula, de ahí que llegar a ser mejores cueste y dejemos en el camino sudor y dolor. Pero “cualquier extremo del ascetismo católico -acota Chesterton- es una precaución, acertada o errada, contra el mal de la Caída, pero nunca es una duda sobre el bien de la Creación”.
Es decir, no es el mal quien tiene la última palabra, es la superabundancia del bien lo que ahoga al mal.
Trigo y cizaña conviven y no le incomoda al cristiano saber que el sol sale para todos: justos y menos justos. Hay pues, un sano materialismo cristiano; de ahí que “en comparación con judío, musulmán, budista, deísta o la mayoría de las alternativas obvias -continúa diciendo Chesterton-, cristiano quiere decir hombre que cree que la deidad –o la santidad- se ha ligado a la materia y ha entrado en el mundo de los sentidos”.
No es extraño por eso que, el mismo filósofo que celebró la materialidad del trigo, es quien extasiado ante la Hostia Santa diga: “Te adoro con devoción Dios escondido, oculto verdaderamente bajo estas apariencias (…) En la Cruz se escondía solo la Divinidad, pero aquí se esconde también la humanidad; sin embargo creo y confieso ambas cosas, y pido lo que pidió el ladrón arrepentido”. Una oración encendida compuesta por el doctor angélico que se ha tomado en serio al Dios encarnado.
¿Cómo puede haber afinidad entre el silencio profundo de Tomás de Aquino y el ánimo bullicioso de Chesterton? No es el carácter lo que los une, muy disímil uno del otro. Lo que los une es la convicción común de que para llegar a las más altas y profundas verdades hemos de empezar admirándonos de la más sencilla chavelita en un jardín: sereno realismo y alegría de vivir, contemplación y bullicio.