Charles Handy (Irlanda, 1932) es una leyenda viviente del management contemporáneo. Un gurú de las organizaciones empresariales como lo fue Peter Drucker en Estados Unidos.
Por eso, quiero volver a fijarme en el más emblemático de sus libros: “Gods of management” (1978, 1995). Aquí el autor señala que los estilos de dirección de los gerentes generales pueden identificarse con cuatro dioses griegos: Zeus, Apolo, Atenea y Dioniso. De estos y otros estilos directivos me he ocupado en varias oportunidades. Me resulta sugerente utilizar esta misma tipología -adaptando lo que haya que adaptar- para identificar algunos de los estilos de gobierno de los políticos.
Empiezo por Zeus, el padre de los dioses, todopoderoso; vanidoso y benevolente a la vez. El Zeus político tiene un estilo patriarcal de gobierno: es él quien distribuye premios y castigos. Su forma de gobernar es semejante a la de una tela de araña. Él se coloca en el centro y, como buen arácnido, de sus entrañas emerge la materia con la que diseña y construye su tela: él mismo es. Tiene la idea, lo sabe todo, tiene los planes, define su mercado. Sus colaboradores son ejecutores, para las estrategias está él. Como buen patriarca, gozan de sus favores aquellos que él pone más cerca suyo. Quien cae en desgracia ya no cabe en su red. Zeus es un magnífico estratega, un emprendedor audaz, un constructor de paraísos -los que él diseña, claro-. De motricidad gruesa, deficiente en motricidad fina. Es impetuoso, sabe hacer; si tiene que aplanar, aplana. Paciencia, muy poca. Es un gran estratega, no le pidas administrar.
Apolo es orden, funciones, planeamientos, nada de sorpresas. Todo en su lugar y por conductos reglamentarios. Crea y favorece a las instituciones. Todo es medido en su actuación, nada de excesos semánticos ni verbales. Lo público se ventila en el espacio público, lo privado es en estricto privado y, si hay que utilizar el cono del silencio del “Super agente 86”, lo usa. En su actuación no hay arranques de locura romántica, todo es previsible. Revoluciones, ninguna; reformas, todas. Las situaciones que salen del cuadro las corta o arregla, no hay versos sueltos, todos los versos han de agruparse en el poema. En sus planes, no entran los excéntricos y le cuesta mucho comprender las excepciones. Apolo es el hombre de la logística, las operaciones, los sistemas de control; todo lo amarra y estandariza, no hay sorpresas desagradables. Tiende a la burocracia, es un gran administrador y ejecutivo; no es un estratega.
Atenea es la diosa de la guerra y de los proyectos concretos. No va a arreglar el mundo. Tiene un gran afán de logro y sabe armar equipos para tareas concretas (tasks): hay fecha de inicio, fechas de entregas y fecha de término. Nada de palabreo ni arreglos florales, de frente al grano. El político Atenea es pragmático y se concentra en los resultados. Si tiene que dar curvitas en el camino recto las hace: los objetivos deben cumplirse caiga quien caiga. Magnífico gerente de proyectos, lo lleva en la sangre, sin haber tenido que llevar la especialidad en gestión de proyectos. Visto el proyecto, sabe buscar a los colaborares adecuados para conseguir el éxito. Tiene mucho de Ethan Hunt, el personaje de ficción que interpreta Tom Cruise, para quien las misiones imposibles y la adrenalina a tope es vida.
Dioniso (Baco para los romanos) es el Dios de la pachanga, de la vida que no se toma ninguna privación. Dice Handy que si imaginamos una constelación de estrellas hemos entendido a Dioniso. Es decir, precisamente porque es excéntrico, entiende cabalmente a todos los personajes que se creen divas o elegidos. No está entre los top ten, pero sabe codearse entre ellos. Tiene la capacidad de arrear gatos lo cual es mucho arte. Sabe tocar la tecla adecuada para hacer jugar en un mismo equipo a “rock stars”, personajes que se consideran por encima de la media de la humanidad y que gustan ir solos por el mundo, perdonando la vida a los simples mortales. Dioniso como político es una suerte de maestro borrachín de artes marciales: parece que no da pie con bola, pero, sin embargo, consigue vencer a su enemigo con sus contorneos desconcertantes. Sabe pasar el ungüento de la vanidad por todos los “intocables” de su equipo y los hace bailar juntos.
Cada político es como es. Quizá, el político de carne y hueso tenga dosis más altas de uno u otro estilo. ¿Hay un estilo óptimo? Hay estilos perfectibles, pero no parece que encontremos al príncipe de ensueño en política que tenga todas las bondades para gobernar. A primera vista, cada estilo en estado puro es insuficiente para gobernar un país. Hace falta un buen nutricionista para que afine los estilos de los políticos reales, nada fácil, porque para bajarse del pedestal de dioses menores, es necesaria una gran dosis de humildad, una virtud escasa entre los dioses olímpicos de la política.