Louise Glück fue galardonada con el Premio Nobel de literatura este 2020. Autora de varios libros de poesía, “atraída, entonces como ahora -lo indicó en su discurso de recepción del Premio-, por la solitaria voz humana, levantada en lamento o anhelo”.
No fue fácil agenciarme de sus poemarios, tardaron en llegar a las librerías limeñas y, tampoco encontré versiones digitales a la mano. Ya tengo algunas de sus obras. Empecé por “Averno” (Pre-Textos, 2011). Me costó conectarme con Glück, pues no es la poesía que frecuento. Dos lecturas completas de los poemas y muchas vueltas y vueltas sobre alguno de ellos; algo he captado. Espero encontrar, en la lectura pausada de los siguientes poemarios, más claves para comprender y gustar su poesía.
“Averno” es poesía inspirada en los mitos griegos que la autora conoce desde muy temprano. Poesía para llegar a muchos, pero uno a uno; es poesía en primera persona, sin ser egocéntrica. “Averno” tiene un dejo de tristeza y resignación, de noche calurosa y húmeda, carente de alegría. Hay vida, pero vida lánguida: “Nada hay que recoger. Nada que oler. /Los caballos no logran entenderlo… /Parecen decir dónde está el campo, /del modo en que diríamos tú y yo: /dónde está el hogar.” La poesía de Glück no va de asombro en asombro, sino de desencanto en desencanto: “Cuando te enamoras, decía mi hermana, /es como si te cayera un rayo. /Hablaba llena de esperanza /para llamar la atención del rayo /Le recordé que repetía exactamente /la fórmula de nuestra madre, sobre la que habíamos /discutido de pequeñas, porque ambas creíamos /que lo que se veía en los adultos / no eran los efectos del rayo /sino los de la silla eléctrica”. No hay rayos arrebatadores, ni delirios amorosos, sino sólo quemazones hirientes.
Gran parte de los poemas de esta obra están dedicados al mito de Perséfone, la niña/mujer raptada por Hades para hacerla su esposa. En ella, Glück se entretiene mostrando escenas de este personaje mitológico a dos aguas entre el mundo exterior y el submundo. Lentos soliloquios, inocencia perdida, fuerza y larvado consentimiento. Perséfone es la inocencia primera. Su sola presencia conforta a su madre, la diosa Deméter quien manifiesta su contento convirtiendo en primavera la tierra. Cuando la hija, vuelve al submundo con Hades, la tristeza de la madre torna en crudo invierno a los campos: “Perséfone se acostumbró a la muerte. Ahora /una y otra vez /su madre la saca a rastras de ese sitio…”. Es el ciclo de las estaciones.
No podía faltar el poema dedicado al Averno, “un pequeño lago volcánico que los antiguos lo tenían por entrada al submundo”. Un poema del fin de la vida, con algunos goces cogidos en alfileres. Una vida sin pena ni gloria.
En el mejor de los casos, tránsito al submundo como Perséfone o un simpe desaparecer de la faz de la tierra como el granjero que asoma a su ventana y mira el campo en el que expresó su vida y toma conciencia de lo efímero de su existencia: “El peor momento fue la primavera después de ver borrada /su labor, /cuando entendió que la tierra /no sabía lamentarse, que en vez de eso cambiaría. /Y después seguiría existiendo sin él”. La tierra tiene un después, el granjero, no.
Poesía cansada, sin ilusiones; un gris continuo, un mundo desolado. Sus personajes, más que vivir, simplemente languidecen.
¿Será la poesía de Glück una llamada de atención para salir de este marasmo de vida ilegible? Quizá. De momento, sólo encuentro lamentos y anhelos en los versos de la artista, recitados a orillas del Averno habitado por fantasmas.
“Entre el bien y el mal hubo una guerra. Decidimos que el cuerpo fuese el bien. Eso hizo que el mal fuese la muerte, que el alma se volviera completamente en contra de la muerte. Como un soldado que desea servir a un gran señor, el alma desea cerrar filas con el cuerpo. Se puso en contra de la oscuridad, en contra de las formas de la muerte que reconocía. De dónde viene la voz que dice: y si la guerra fuese el mal, que dice y si fue el cuerpo el que nos hizo esto, nos hizo tener miedo del amor”
“Lago en el cráter”, de Louise Glück.