G.K. Chesterton (1874-1936) escribió -entre otros géneros literarios- unas pocas obras de teatro. Entre ellas, “Magia. Una comedia fantástica” (El Cobre, 2018). La obra transcurre en una sola locación, sin embargo, suscita múltiples enfoques. Patricia es una joven irlandesa recién llegada a Londres para vivir en casa de su tío, el Duque. En su lugar natal veía duendes y elfos, también los ve en el jardín del tío. Su hermano, residente en Estados Unidos y próspero empresario, llega de visita. Él es demasiado práctico para perder el tiempo en alucinaciones. Le basta y le sobra la ciencia y la tecnología para explicarlo todo causalmente.
El Duque es un hombre práctico, “con amplitud de miras”, dispuesto a quedar bien con todos. Igual ayuda a los vegetarianos y a los antivegetarianos, a los bebedores y a los abstemios. En su intento de satisfacer a todos acaba por no complacer a nadie. Para tranquilizar a la sobrina que ve duendes y al sobrino que no cree en ellos, prepara una sorpresa en su casa: ha contratado a un ilusionista para una velada en su casa. Considera que de esa manera tendrá tranquilos a los crédulos y a los incrédulos.
Patricia desconoce la sorpresa. La noche anterior sale a pasear por el amplio jardín, y en la semioscuridad divisa a un personaje cubierto de abrigo y capucha en punta. Le pregunta: ¿eres un duende? La aparición le dice que sí. Empieza el diálogo, cantos, lenguaje élfico, círculos mágicos. Un mundo de ensueño.
Llega la noche de la velada, y la aparición resulta ser el Ilusionista que el tío había contratado. Simplemente, estaba practicando sus números cuando se encontró con Patricia aquella noche. La desilusión de esta última es muy grande: “Habría preferido que fuera usted un ladrón”. El Ilusionista pregunta: “¿He cometido un crimen peor que el de robar?”. “Ha cometido usted el más cruel de los crímenes que existen, creo yo”, responde Patricia. “¿Y qué crimen es ese?”, replica el Ilusionista. “Robarle el juguete a un niño. Robarle un cuento de hadas… Usted, me contó centenares de verdades, pero no la verdad que una quiere saber. No me contó la verdad sobre sí mismo”, sentencia abatida Patricia.
Decir que nuestra historia tiene tramos de cuento de hadas, es afirmar que los hemos vivido verdadera y bellamente en los mejores tiempos de la Tierra Media. Un cuento de hadas no encubre una mentira, más bien revela de modo sublime las verdades y anhelos más hondos de la condición humana.
El Ilusionista sabe lo que ha hecho. La vida no ha sido fácil para él, ha dado tumbos de aquí para allá. Dolido por sus acciones, le dice a Patricia: “Pero ¿culpará usted mucho a un hombre, señorita Carleon, si ese hombre disfruta del único cuento de hadas que ha tenido en su vida? Suponga que le dijera que esos círculos absurdos que dibujaba para practicar eran en realidad círculos mágicos. Suponga que le dijera que las palabras mágicas que pronunciaba eran la lengua de los elfos. Recuerde, él ha leído cuentos de hadas tanto como usted”. Desde luego, puestos a ser protagonistas, mejor interpretar el papel estelar en un cuento de hadas con final feliz, que vivir en el reino de la oscuridad de Sauron.
La vida tiene de verso y golpe, alegrías y llantos, luces y sombras… Agradezco haberme encontrado con hadas madrinas, elfas fascinantes, hobbits divertidos; las más de las veces envueltas en formas humanas que le han dado toques mágicos a la prosa ordinaria del día. Es, desde luego, gente maravillosa, encantadora que tiene la capacidad de estar justo en el momento más dramático de la Cenicienta. Unas velitas, un chocolate, un café, una infusión; unas palabras de ánimo o, simplemente, compartir silencio; suficiente: la noche oscura del alma se torna toda en luz.
Para encontrarse con los sinsabores de la vida no hace falta esforzarse demasiado, llegan; pero no todo es golpe en la biografía personal. Precisamente, porque la vida es cosa seria, se requiere de una gran dosis de sentido del humor, de capacidad lúdica y de visión sobrenatural.
Cuando se conserva la infancia espiritual se descubre aquello que solo es visible a los ojos del alma. Y allí están, a nuestro lado, las hadas, los Ángeles Custodios, los Arcángeles, los santos, la Trinidad de la Tierra y la del Cielo. Lo maravilloso y divino hacen su aparición, el camino se hace más llevadero y el andar se torna ligero.
A un niño no se le quita su juguete, más aún, nos esforzamos por dárselo; y si tenemos que cortar un pedazo de Cielo para arrancarle una sonrisa, lo hacemos. Es un buen oficio, crear a nuestro alrededor espacios y tiempos de cuentos de hadas: bonito el tiempo de vals y las fiestas que celebramos con los nuestros.