Manuel Arias Maldonado, politólogo español, acaba de escribir un sugestivo libro que viene como anillo al dedo en estos tiempos de tedioso confinamiento y de amenazadoras arenas movedizas de toda suerte de populismos políticos. En “Nostalgia del soberano” (Madrid, 2020) el autor plantea que las relaciones entre democracia y soberanía no son siempre funcionales y, probablemente, esa sea su pena acostumbrada.
La soberanía lleva consigo la concentración del poder y es propia de la idea del Estado moderno. Poder concentrado en el monarca en sus inicios y, ahora, en el pueblo, concepto amplio y líquido, que tiene más de mantra que de realidad asible. Bodin, Hobbes, Rousseau teorizaron sobre ella y, en la medida en que la soberanía se hacía más absoluta, se ha vuelto más frágil ante el advenimiento de la fragmentación social y el pluralismo cultural y político.
Esta orfandad de rumbo en el escenario social, sazonado con los ingredientes de la inseguridad ciudadana, la corrupción de no pocos políticos, funcionarios públicos, empresarios (por señalar lo más escandaloso), sumada a la manipulación de la opinión pública; lleva consigo una suerte de “nostalgia del soberano”, es decir, de una mano fuerte y total que ponga orden en este río revuelto. La tentación está servida: es el populismo.
El caudillo populista se avala en el “pueblo”, reducido a sondeos de opinión pública, fluctuante y voluble cada semana. Es el “soberano” al que hace alusión Maduro en Venezuela para romper con toda legalidad constitucional. Es el populismo de Vizcarra -entre otros-, llegado al poder por “suerte o fortuna”, como diría Maquiavelo en “El Príncipe”. De la encuesta favorable a la presunción política, y de allí a pensar que “el pueblo soy yo”, el camino es cortísimo. La historia latinoamericana nos ha dado numerosos ejemplos de caudillos populistas atornillados en la silla del poder total.
Arias Maldonado es consciente de la debilidad que anida en el seno de la democracia. Son tiempos, dice él, para pedirle a la política lo que puede dar y saber que ni lo es todo ni lo puede todo (¡menos mal!). Mil veces mejor ceñirnos al procedimentalismo liberal que caer en el pantano del decisionismo populista, “así como denunciar los intentos del segundo por contaminar el primero: creando hiperliderazgos en órganos colegiales, politizando las instituciones contramayoritarias, vaciando de contenido los momentos deliberativos del proceso político”.
Fotografía de Manuel Arias, autor del libro, “Nostalgia del soberano”