La Santa Sede publicó este lunes la carta apostólica del Papa Francisco ‘Sublimitas et miseria hominis‘, sobre el filósofo y teólogo francés Blas Pascal, escrita con motivo del cuarto centenario del nacimiento del que fue también matemático y físico. Nació el 19 de junio de 1623 en Clermont y murió, con sólo 39 años, el 19 de agosto de 1662, en París.
“Buscador incansable de la verdad, pensador brillante, atento a las necesidades materiales de todos, enamorado de Cristo, cristiano de excepcional racionalidad y de inteligencia inmensa e inquieta”, son solamente algunas de las definiciones del Papa sobre el filósofo francés.
Francisco recuerda que, durante toda su vida, Pascal “buscó la verdad” y, con la razón, “rastreó sus signos, especialmente en los campos de las matemáticas, la geometría, la física y la filosofía”.
“En un siglo de grandes progresos científicos se mostró como un incansable buscador de la verdad; siempre inquieto, atraído por nuevos y más lejanos horizontes”, sostuvo.
El filósofo francés estuvo atento a los problemas sociales. “No se cerró a los demás, ni siquiera en la hora de su última enfermedad”, destacó.
El Papa recuerda unas palabras de Pascal que “expresan la etapa final de su camino evangélico”: “Si los médicos dicen la verdad, y Dios permite que me recupere de esta enfermedad, estoy decidido a no tener otro empleo u ocupación durante el resto de mi vida que el servicio a los pobres”.
“Es conmovedor -escribe Francisco- que un pensador brillante como Pascal, al final de su vida, no viera otra urgencia más allá de poner sus energías en las obras de misericordia: ‘El único objeto de la Escritura es la caridad’”.
Con su carta apostólica, el Papa pretende “poner de relieve lo que, en su pensamiento y en su vida, me parece adecuado para estimular a los cristianos de nuestro tiempo y a todos los hombres y mujeres de buena voluntad en la búsqueda de la verdadera felicidad”.
En este sentido, el pontífice consideró que, cuatro siglos después, “Pascal sigue siendo para nosotros el compañero que acompaña nuestra búsqueda de la verdadera felicidad y, según el don de la fe, nuestro humilde y gozoso reconocimiento del Señor muerto y resucitado”.
“Habló admirablemente de la condición humana”, fundamentó, y prosiguió: “No sólo como especialista en costumbres humanas, sino como hombre que puso a Jesucristo y a la Sagrada Escritura en el centro de su pensamiento. En efecto, había llegado a la certeza de que ‘no sólo no conocemos a Dios sino a través de Jesucristo, sino que no nos conocemos a nosotros mismos sino a través de Jesucristo'”. “Se trata de una afirmación ‘extrema’, pero no doctrinal, tal como el Papa aclara en el documento.
Pascal, “hombre de inteligencia prodigiosa”, se preocupó de hacer saber a todos que “Dios y la verdad son inseparables”, pero también que, “fuera de la perspectiva del amor, no hay verdad que valga”.
El Papa está convencido de que “la inteligencia y la fe viva de Pascal, que quiso mostrar que la religión cristiana es ‘venerable porque ha conocido bien al hombre’, y también ‘amable, porque promete el verdadero bien’, pueden ayudarnos a avanzar a través de las tinieblas y las desgracias de este mundo”.
Pascal “nos recuerda la grandeza de la razón humana y nos invita a utilizarla para descifrar el mundo que nos rodea”. Su “espíritu de geometría”, ejercicio confiado de la razón natural, “lo hace simpático a todos sus hermanos humanos en busca de la verdad” y “le permitirá reconocer los límites de la propia inteligencia y, al mismo tiempo, abrirse a las razones sobrenaturales de la Revelación”.
Leer la obra de Pascal, por tanto, “es ponerse en la escuela de un cristiano de excepcional racionalidad, que supo dar cuenta de un orden establecido por el don de Dios por encima de la razón”. El filósofo analiza también la “inteligencia intuitiva”, a la que llama “corazón”: “Conocemos la realidad – escribe Pascal – no sólo con la razón, sino también con el corazón”.
Las verdades divinas, comenta Francisco, “como el hecho de que el Dios que nos ha hecho es amor, que es Padre, Hijo y Espíritu Santo”, “no son demostrables con la razón, pero pueden conocerse con la certeza de la fe, y luego pasan del corazón espiritual a la mente racional, que las reconoce como verdaderas y puede a su vez exponerlas”.
Al borde de la muerte, escribe uno de sus biógrafos, “tenía un gran deseo de morir en compañía de los pobres”. Después de recibir los sacramentos, sus últimas palabras fueron: “¡Que Dios no me abandone nunca!”.
El deseo del pontífice, en esta carta apostólica es que “su obra luminosa y los ejemplos de su vida, tan profundamente bautizada en Jesucristo”, nos ayuden “a recorrer hasta el final el camino de la verdad, de la conversión y de la caridad”.+