«Fratelli tutti», “hermanos todos”, escribía san Francisco de Asís para expresar lo esencial de una fraternidad abierta, que permite reconocer, valorar y amar a cada persona más allá de la cercanía física, más allá del lugar donde haya nacido o donde habite.
“Este santo del amor fraterno, de la sencillez y de la alegría, vuelve a motivarme para dedicar esta nueva encíclica a la fraternidad y a la amistad social. Porque san Francisco, sembró paz por todas partes y caminó cerca de los pobres, de los abandonados, de los enfermos, de los descartados, de los últimos” comienza escribiendo el Papa Francisco, pero sin perder la esencia unitaria del cristianismo donde somos “hermanos todos”, sin exclusiones, integrándonos.
El Papa quiere en la introducción de la Encíclica, motivar, inspirar sobre la vida de san Francisco, que los hechos reflejen valores y virtudes cristianas. Por eso, nos comenta:
“Hay un episodio de la vida del Santo que nos muestra su corazón sin confines, capaz de ir más allá de las distancias de procedencia, nacionalidad, color o religión. Es su visita al Sultán Malikel-Kamil, en Egipto, que significó para él un gran esfuerzo debido a su pobreza, a los pocos recursos que tenía, a la distancia y a las diferencias de idioma, cultura y religión. Este viaje, en aquel momento histórico marcado por las cruzadas, mostraba aún más la grandeza del amor tan amplio que quería vivir, deseoso de abrazar a todos. La fidelidad a su Señor era proporcional a su amor a los hermanos y a las hermanas. Sin desconocer las dificultades y peligros, san Francisco fue al encuentro del Sultán con la misma actitud que pedía a sus discípulos: que sin negar su identidad, cuando fueran «entre sarracenos y otros infieles […] no promuevan disputas ni controversias, sino que estén sometidos a toda humana criatura por Dios». En aquel contexto era un pedido extraordinario. Nos impresiona que ochocientos años atrás Francisco invitara a evitar toda forma de agresión o contienda y también a vivir un humilde y fraterno “sometimiento”, incluso ante quienes no compartían su fe” escribe el Papa Francisco.
Menciona la Encíclica en su introducción que “en aquel mundo plagado de torreones de vigilancia y de murallas protectoras, las ciudades vivían guerras sangrientas entre familias poderosas, al mismo tiempo que crecían las zonas miserables de las periferias excluidas. Allí san Francisco acogió la verdadera paz en su interior, se liberó de todo deseo de dominio sobre los demás, se hizo uno de los últimos y buscó vivir en armonía con todos”. Él ha motivado estas páginas, añade el Papa Francisco.
“Cuando estaba redactando esta carta, irrumpió de manera inesperada la pandemia de Covid-19 que dejó al descubierto nuestras falsas seguridades. Más allá de las diversas respuestas que dieron los distintos países, se evidenció la incapacidad de actuar conjuntamente. A pesar de estar hiperconectados, existía una fragmentación que volvía más difícil resolver los problemas que nos afectan a todos. Si alguien cree que sólo se trataba de hacer funcionar mejor lo que ya hacíamos, o que el único mensaje es que debemos mejorar los sistemas y las reglas ya existentes, está negando la realidad” relata Francisco, al ilustrar de mejor manera cómo así, en medio de qué realidades irrumpe esta Encíclica.
Y es que el mundo actual no imaginaba que teniendo tantos “avances” y tantas tecnologías, fuéramos a enfrentar una amenaza que nos consume cada día más, que destruye trabajos, ahorros, esperanzas, vidas y familias enteras. Una pandemia que resulta destructiva en nuestra Casa Común, donde no hablamos solamente del ambiente, sino de nuestras vidas interiores.
Por eso, esta segunda entrega quiere destacar la introducción de la Encíclica “Hermanos todos”, para que “soñemos como una única humanidad, como caminantes de la misma carne humana, como hijos de esta misma tierra que nos cobija a todos, cada uno con la riqueza de su fe o de sus convicciones, cada uno con su propia voz, todos hermanos”.