Me encuentro otra vez en las calles de Lima y observo a unas señoras algo subidas de peso, tapándose la barriga con un brazo o la cartera para que no se escapen sus rollos en la foto grupal, con cabello pintado (ahora son rubias o castañas claras), bolsos de Miami y una de el Corte Inglés, sentadas en un café de esos donde no ves gente humilde, sino pura huachafería y nariz respingada de mala cirugía plástica, bajo el manto de un botox mezclado con ácido hialurónico y plasma, en algo así como rostro de poto de muñeca antigua, una planchada o tarrajeo escandaloso. Si estas viejas estornudan, se les rompe el pellejo facial y se les revienta el ombligo que ya alcanza al brassier 36-B, vergonzoso, por cierto, tener entre tetas al ombligo.
Las tías del café llenan mesas de vasos de agua, tecito y cafecito. Ocupan espacios de otros clientes y consumen poco porque no tienen dinero, porque re engordan más o porque simplemente están allí de compañía de otras que si pueden pagarse el cafecito y el sanguchito.
La conversación gira en torno a Porky, a Keiko, a Lourdes y otros nombres más, criticándolos en lo que sea (tienen derecho las maquilladas para criticar, no hay problema). El tema es que de pronto, Sagasti resucita en sus ojitos libidinosos, Vizcarra es un “papi”, la Pérez Tello y la que fue fugaz ministra de educación de los morados “es” la mami de las opiniones y el camarada Gus, la encarnación de Apolo. Imaginen a estas electoras decidiendo el presente y futuro del país. Me muero dos veces seguidas.
Entre las rechonchas que invaden 28 de julio en Miraflores y la avenida Santa Cruz, quizás el Sarcletti de San Borja -otras-, resaltan dos medios machonas de peculiar “esbeltez de redondura”. Fracasadas amas de casa que viven de maltratos y se hacen las muy fuertes, tal vez estudiaron algo, pero no lograron destacar, al punto que sus maridos, algunos coqueros, las usan para reír y hacer reír.
Bueno pues, estas mamis de recojo de colegio, ahora cafeteras de mesas que requieren clientes y no posaderas sin consumo, se encuentran en algunas redes y se mueren por ser seguidas y que las lean y les comenten, pero como casi nadie lo hace, se meten en otras cuentas para pechar y maldecir, para insultar y ofender.
Al principio les respondían, ahora ya no. Y ese es su drama, no les hacen caso y entonces, sus tetas caen más, sus panzas se inflan más, el ombligo llega a la nariz y sus tonterías de comentarios no trascienden.
Fueron buenas personas, hoy son la encarnación repugnante de la caviarada.
Imagen referencial en ironía: “el retorno de las brujas”