Una elección es el reflejo de las ambiciones políticas en camino, es la tendencia de las aspiraciones en curso, es la posibilidad de algo grande y bueno por el país, es la necesidad de usar la legalidad para destruir la legitimidad de las instituciones. Una elección no es un proceso, puede ser un retroceso y hasta al final, el deceso democrático hecho noticia y condena total. Una elección nacional, pasa a ser lo que cada bando quiere conquistar para seguir robando, matando, expropiando, dilapidando. Una elección… no es lo que fue o debería de ser.
Entramos al trompo de “la necesidad de estar” en una elección, sea como sea, de candidato, de consigue dinero, de ayayero o encargado de medios, de jefe de algo o estorbo de mucho, pero hay que estar porque se viene otra oportunidad para delinquir oficialmente y eso, no se puede dejar de lado. ¿Ven cómo es el pensamiento y la mala leche que llevan los que dicen que van a luchar por los peruanos, por nuestro progreso y desarrollo? ¿Es el Perú lo que los anima? Pensemos que sí, por enésima vez. Creámosles otra vez, pero ¿a más de treinta partidos?
Hace diez años era un escándalo anunciado que habría cerca de 20 candidatos a la presidencia y una mancha a su costado empujando para entrar al Congreso (los quienes sea, como sea). Hace diez años eran el conflicto de Tía María y sus consecuencias lo que salía en las noticias, acumulando fotos de cadáveres de la Policía Nacional y de víctimas de los extremistas los que se velaban, mientras los que agitaban y ordenaban la violencia extremista y represiva se frotaban las manos y llenaban sus bolsillos cobrando a diestra y por supuesto, a siniestra. Hace diez años y ahora, se repite la escalada de violencia y se repiten los mismos que azuzan y se esconden cobardemente desde el gobierno y desde las izquierdas del odio, tan incompetentes para gobernar, como tan competentes para robar, generar enfrentamientos y corromper, teniendo a los medios de comunicación como sus aliados serviles.
Entonces, ¿Adónde vamos como ciudadanía dividida al máximo con casi 40 candidatos a la presidencia, la gran mayoría de partidos desconocidos y ellos mismos, absolutamente desconocidos como ejemplo o referencia de éxito profesional, cátedra distinguida, empresa destacada, buenos resultados profesionales, limpieza moral en su familia o simplemente, ciudadanos sin antecedentes judiciales? ¿Saben lo que ocurre? Que se les ha encendido una vela de “prosperidad automática” si logran, por algún suceso inesperado “captar la atención diciendo dos o tres estupideces que le gusten a la masa”. Y como ven a la gente como masa, sueltan estupideces para manipular a quienes sea, como sea, en lo que sea y cuando sea.
En todo es proceso de engaño, manipulación y dirección asistida, juegan las encuestadoras y los medios que se alían en tan repugnante tarea electoral cada cierto tiempo, porque de allí van a surgir nuevos “ingresos” en sus deficitarios presupuestos. Esa es la realidad, triste y dura, es la realidad.
¿Qué nos jugamos en estas elecciones? Que nos vaya peor, como siempre, pero peor. Por eso las calles están en la mira de los violentos y de los que juegan con la vida de los inocentes, de los manipulables, de quienes tal vez sientan como suyos algunos temas de interés ajeno, pero los hacen suyos porque tienen necesidad de gritar y hacerse oír. Estamos entrando en la etapa de la anarquía pre electoral donde un día los candidatos están en fila de porcentajes siguiendo un orden y la semana siguiente es otro el orden y otras las candidaturas que hacen que desaparezcan las anteriores. Una locura inversamente proporcional cada semana.
¿Cuál es la opción? Por ahora, mirar, leer, estar en la otra orilla, oler el camino, escuchar con prudencia, no tomar posición por nadie, porque nadie lo merece ahora y por ahora; y quizás, por siempre, que sería lo peor.
Imagen referencial, Película “el mejor del mundo”, véanla, hay mucho por aprender de los más jóvenes, que se inspiran en el recuerdo de los más viejos.