Patrick J. Deneen es un profesor de ciencias políticas en la Universidad de Notre Dame (Indiana). En su libro ¿Por qué ha fracasado el liberalismo? (Rialp, 2018) plantea el agotamiento del liberalismo porque ha conseguido su propósito por el camino de las consecuencias no deseadas, debilitando la consistencia de la sociedad. En su más reciente libro Cambio de régimen: hacia un futuro posliberal (Homo Legens, 2024) propone un nuevo paradigma remozado para reconfigurar la sociedad: el conservadurismo del bien común en una Constitución Mixta. Una propuesta que intenta responder al agotamiento del liberalismo clásico, el liberalismo progresista y el marxismo revolucionario.
El liberalismo clásico concibe la sociedad como un agregado de individuos frente al Estado, en donde cada uno ejerce su libertad en la búsqueda de sus bienes sin dañar a terceros. El Estado garantizaría estas múltiples experiencias de vida que el progresismo liberal lleva a sus máximos de expresión por la línea del libre desarrollo de la personalidad, dando cabida a todo proyecto de vida. Este modo liberal de concebir la política, el mercado, la cultura desata los vínculos con la historia vivida, las costumbres, las tradiciones e, incluso, la misma condición esencial del ser humano. La derecha política exige más mercado y la izquierda pide más intervención del Estado y protección a las pretensiones del individuo o de colectivos que enarbolan diversas banderas ideológicas.
Deneen propone un giro en la forma de concebir la sociedad con lo que llama conservadurismo del bien común, rescatando conceptos clásicos.Sostiene: “esta alternativa antiprogresista, basada implícitamente en la sabiduría de las antiguas teorías de la «Constitución mixta», rechaza tanto el compromiso con el progreso del liberalismo promovido por la élite (ya sea clásica o progresista) como la identificación del marxismo con «la mayoría» como fuerza revolucionaria fundamental. Más bien, el conservadurismo del bien común se alinea en primera instancia con el «sentido común» de la gente corriente, especialmente porque son el elemento más instintivamente conservador de un orden social y político. Buscan estabilidad, previsibilidad y orden en el contexto de un sistema que sea ampliamente justo y, en particular, en un orden en que las perspectivas de éxito en la vida no dependan únicamente de la riqueza, la educación o el estatus”. Su propuesta incide en una forma política que tenga en cuenta al ser humano de a pie, al ciudadano cuyas ocupaciones son su familia, el trabajo, el futuro de los suyos.
“La sabiduría del pueblo” y “la «Constitución mixta»”, continúa diciendo Dennen, “garantizan el bien común en todos los sentidos de la palabra «común»: ordinario, compartido y especialmente necesario para la gente corriente. Asimismo, cada una de ellas pretende garantizar el «bien» común a todos los seres humanos—no solo para una élite selecta— mediante las expresiones concretas de la felicidad humana garantizadas a través de la acumulación de experiencias humanas a lo largo del tiempo”. Este acento en la gente corriente me recuerda la insistencia de Chesterton en el hombre común bastante alejado del individuo super fantástico de John Stuart Mill.
Para no volar demasiado con la imaginación, Deneen entiende el bien común como “la suma de las necesidades que surgen de abajo arriba, y que pueden ser más o menos suplidas, alentadas y fortificadas de arriba abajo. En una buena sociedad, los bienes «comunes» se ven reforzados diariamente por los hábitos y prácticas de la gente corriente. Estos hábitos y prácticas forman la cultura común, por ejemplo, a través de las virtudes del ahorro, la honradez y la memoria, que a su vez fomentan la gratitud y un sentido generalizado de la obligación mutua. Sin embargo, una vez que esta cultura común se debilita o se destruye, la única esperanza es su renovación y revitalización por parte de una clase dirigente responsable. Una política del bien común hace más probable, incluso por defecto, una buena vida para los de abajo. Así pues, el orden político siempre sirve al bien común o lo socava: no hay neutralidad al respecto”. La sociedad requiere de buenos dirigentes que oigan los latidos del corazón del ciudadano de a pie. El político oportunista, el oligarca de turno, el iluminado progresista, tienen muy poca capacidad de escucha, pues están atrapados en sus intereses de casta o en los monstruos de su razón.
Los arrebatos mesiánicos sobran, ya tenemos bastante con las tormentas de todo género que nos sacuden de continuo. Me quedo con la propuesta de Denenn de ir por una política de la continuidad que entrelace pasado, presente y futuro en una relación de mutua influencia y corrección, es decir, esperanza sin triunfalismo y memoria sin nostalgia paralizadora. Caminar sobre lo ya andado sin pretender hacer borrón y cuenta nueva, enmendando rumbos en diálogos abiertos. Tarea difícil y lenta, desde luego, pero el ideal de una sociedad buena merece este esfuerzo.