El fallecimiento del Almirante Luis Giampietri Rojas me ha dejado devastado. El estaba ya preparado para el final físico y no tenía temor; pero su justa conversión en héroe resulta sobrecogedora, y es a tal condición a la cual hoy reitero mi lealtad ideológica y política.
Con Lucho nos unió una entrañable amistad de varias décadas. Por eso cuando partió a la eternidad me apresuré a publicar vía Twitter: El Perú pierde a un héroe, yo pierdo a un hermano. Trabajamos juntos en temas vinculados a la defensa nacional, la gestión de intereses permanentes del país en el plano internacional y, por supuesto, el reforzamiento institucional y la defensa legal de los miembros de la Marina de Guerra del Perú.
A lo largo de nuestras múltiples conversaciones el Almirante fundamentó sólidamente su adhesión a la democracia liberal y la república unitaria. Por eso fue regidor metropolitano, congresista chalaco y primer vicepresidente de la República.
Desde una visión culta y metódica era, ante todo, un defensor de la peruanidad a la cual le reconocía su origen de cuna civilizatoria desde Caral, hace más de cinco mil años; y apostaba por la conversión de nuestra patria en una auténtica potencia mundial. Como decía siempre, “Lo tenemos todo. ¿Qué nos falta?”.
Vivía orgulloso de su condición de mestizo, con fusión de sangre italiana por Giampietri y de Rojas por su madre. Adoraba su identidad con el Puerto Eten de su infancia y con La Punta del Callao de toda la vida. Además fue un hombre de fe inquebrantable y por eso formó una familia honorable y amó profundamente a Marcela, su esposa.
Esa misma fe, sumada a una carrera naval sobresaliente –en la cual destacó como fundador de las FOES, Fuerzas de Operaciones Especiales de la Marina de Guerra del Perú- le permitió ser el artífice de la Inteligencia interna en la embajada japonesa asaltada por los terroristas del MRTA. La clave del éxito de la operación de Chavín de Huántar recayó en él, mérito que no perdonaron los comunistas y caviares que lo persiguieron judicialmente hasta el final.
Convertido en héroe, pero también en “rehén por siempre”, Lucho batalló en todos los campos, siempre solidario con los marinos acusados infamemente por la debelación del motín terrorista de El Frontón. Esa experiencia, los atentados contra su vida y un exigente estudio doctrinal lo convirtieron en el gran líder anticomunista que nos nucleó y a quien hoy renovamos juramento de lealtad.
¡Gloria eterna querido amigo!
Imagen referencial, el autor Hugo Guerra, en la Cátedra Perú, junto al Almirante Giampietri.