El triunfo de los partidarios radicales de una nueva Constitución en Chile no es una manifestación democrática del pueblo, sino un fenómeno autodestructivo que amenaza expandirse por toda la región.
Un año después de iniciado el movimiento criminal que dejó decenas de muertos y miles de heridos, el régimen liberal de la concertación que sostiene al gobierno liberal de Piñera ha cedido cobardemente. Sin capacidad efectiva de reformas sociales y económicas, y con temor para defender el sistema, se ha cedido ante la oclocracia, la degeneración política que se cataloga como el poder de la turba.
Las masas movilizadas tan brutalmente tienen una organización postmoderna, donde el liderazgo y la jerarquía no está en manos de una directiva centralizada, sino de células que se activan tácticamente como una red neuronal ante impulsos intermitentes lanzados desde puntos diversos por jefaturas anónimas.
Los levantiscos son esencialmente jóvenes manipulados. Incapaces de comprender la historia de su propio país, desprecian el enorme esfuerzo desplegado para levantar a Chile de las ruinas que dejó la experiencia criminal del comunista Salvador Allende.
Paradójicamente quienes han logrado un 80% de votos para cambiar el texto constitucional -que ya había sido reformado por Ricardo Lagos después de la herencia del pinochetismo-, son aquellos que incautamente se rebelan contra la construcción progresiva de aquel estado de bienestar que puso a Chile en la OCDE, el club de países desarrollados.
La propuesta de cambios es incomprensible: se impone la rebelión contra la razón lógica de un Estado democrático, se cuestiona el progreso pretendiendo acelerar la distribución antes que la generación de nueva riqueza, se plantea la erradicación de la cosmovisión religiosa del pueblo y se propugna la deconstrucción social abocándose a la acentuación de lo diferente e inconformista: movimientos feminazis, ecologismo extremo, ideología de género, etc.
Al nihilismo se suma la agitación de los neomarxistas y socialistas del siglo XXI financiados por el Foro de Sao Paulo; el accionar del globalismo de Soros, sus ONG y la vasta infiltración de los descarriados de la ONU, más la amenaza constante de juicios supranacionales contra militares y policías que defiendan al Estado de Derecho.
Así, Chile se adentra en un babelismo sinsentido, basado en la degradación de todos los valores, la crisis de la moral y la toma pulsional de las decisiones políticas.
Peligrosamente ese caos no es estático, amenaza con desbordarse y ahora apunta al Perú. ¡Preparémonos para combatirlo!