Desde las iniciales relaciones entre Roma y el Estado peruano, con las iniciales “Instrucciones” del año 1849 durante el gobierno del presidente Ramón Castilla, hasta el actual documento de Concordato vigente entre ambos estados, rubricado en julio de 1980, por el entonces presidente Francisco Morales Bermúdez, representan una historia diplomática de más de 170 años de existencia.
La presencia de la acción colaboradora y social de la Iglesia se hace vigente desde los primeros tiempos de la Independencia: fundación de colegios, universidades, obras pías, parvularios y niños en abandono, hospitales de salud y maternidad, entre otras grandes obras de público reconocimiento. Todas las acciones citadas, se le han sido encargadas en distintos tiempos históricos a la Iglesia, a sus pastores, a sus presbíteros, entre otras importantes colaboraciones, desde el siglo XIX hasta la actualidad.
Tampoco podemos dejar de lado la enorme riqueza cultural que brinda su patrimonio hacia el mundo: importantes iglesias coloniales, como de construcción en tiempos republicanos, hasta hoy son símbolos ciudadanos de identidad y orgullo local en distintas ciudades de nuestro país. Y a ello le sumamos las grandes expresiones de la espiritualidad y devoción populares a lo largo del país: El Cristo de los Milagros, El Señor de Muruhuay, la Cruz de Motupe, la Virgen de las Candelarias, la Virgen del Chapi, entre otras numerosas como significativas veneraciones que contienen y representan inclusive la identidad y cariño al terruño, y a lo que ello representa.
Las labores de asistencia social en los últimos cincuenta años de nuestra historia republicana también han sido de registro histórico local, organizaciones como Cáritas, asilos, espacios para los marginados por la discriminación y violencia familiar, espacios de suma pobreza en lugares muy apartados de las grandes ciudades, que han recibido la presencia y asistencia de la Iglesia, siempre en concordancia y irrestricto respeto a las leyes peruanas.
Las distintas funciones propuestas desde el Estado, han encontrado en la Iglesia, un espacio de ejecución y resolución oportuna, no ha existido hasta la fecha observación alguna, o contradicciones civiles y/o institucionales correspondiente tanto a su vocación de servicio, como a sus principios evangélica y pastoral. Al contrario, en lugares en donde al Estado mismo se le ha dificultado su acceso, las parroquias, órdenes y distintas congregaciones eclesiales, inseparablemente unidas a las acciones laicas, han fundado obras que hasta la fecha son grandes ejemplo de colaboración eficaz entre Estado e Iglesia.
Representa sin duda, uno de los convenios diplomáticos de mayor trascendencia e impacto -por las obras y acciones citadas-, los tiempos y los hombres pueden cambiar, y en efecto haría falta atinar algunos puntos con respecto al Concordato, pero ello debe partir desde la iniciativa misma de sus administradores, en pos de continuar beneficiando a las tantas personas que hasta hoy se gozan, y mejoran su calidad de vida, a través de los múltiples servicios de la Iglesia en el Perú. Forzar y condicionar estas relaciones hasta hoy gentiles, no hará sino suscitar la duda, y por qué no, quebrar las cordiales relaciones entre dos Estados soberanos como lo son el Perú y Vaticano.
Sobre el autor: Juan Carlos Huaraj Acuña cuenta con una experiencia docente universitaria de más de 12 años. Bachiller, Licenciado y Magíster en Historia por la Facultad de Ciencias Sociales UNMSM. Becado a España por la Fundación Carolina, tiene especialización en Historia hispanoamericana (Valencia, 2008-2009). Actualmente cursa el Doctorado en Historia, en la UNMSM.
fotografía referencial: una obra de la asociacionbienaventuranzas.org.pe