No me cabe ninguna duda, a la luz de los acontecimientos, que la degradación en la política no es sólo por el bajísimo nivel intelectual de las personas que están en el tablero mediático o partidario actual o en el centro de la noticia tratando de ser “referentes”, sino que en cada uno de esos personajes y sus seguidores (militantes, activistas, fanáticos, ayayeros en el mismo colectivo ideológico con timón cambiado a la extrema izquierda) existe una ausencia absoluta de formación moral, una negación de la educación y de una mínima instrucción elemental en el respeto, es decir, la carencia total de principios, valores y virtudes. Son una manada de gritones e histéricas del más penoso muladar, que a empellones buscan el poder, ya sea en una municipalidad distrital o provincial, en algún quebrado gobierno regional, en el Congreso de la República o más allá, desde los ministerios y empresas y organismo públicos, donde se hacen y deshacen de presupuestos con gastos millonarios sin rendir cuentas al país.
La desgracia es “la política tal y como ahora se le ve”, peor que antes, muchos peor que en el siglo pasado donde se podía elegir por lo menos algunas opciones medianamente aceptables como última posibilidad, después de la terrible destrucción de los partidos políticos, que comenzó luego de la Asamblea Constituyente de 1978 cuando los partidos tradicionales no supieron enrumbar al Perú hacia la regeneración económica y social de forma rápida, comunicando acciones, haciendo de la confluencia y la concertación el brazo fuerte de una democracia en nueva fase de comienzos. No, la pelea era interna –en cada partido- y lo fue peor cuando se comenzaron las negociaciones con “invitados” de un protagonismo destructivo. Eso le pasó a todos y todos lo permitieron.
Por eso fue fácil llevar al mayor desprecio a los partidos, imponer un régimen autoritario y hacer del país algo así como un ensayo que en principio funcionó, en la economía, pero no en la formación de una oportunidad política para todos.
De esta involución, los del mensaje marxista leninista, los comunistas, procrearon a los caviares, los hijos y nietos de la “revolución” de Velasco, el dictador amado por las izquierdas. Y así fue como con los años, lamieron del Estado, se metieron en ministerios, embajadas, organismos supervisores, empresas públicas y además, mediante la multiplicación de oenegés extremistas, establecieron la dictadura silenciosa de nuevo orden (el globalismo).
Entonces, cambiaron la educación de los niños y los roles del Maestro por el del agitador en las aulas y los fanáticos obedeciendo. Y de allí pasó a la política que ya estaba sucia, porque hace muchos años, la polémica, el debate, aún el enfrentamiento político era por ideas, por propuestas, jamás por odio, como fue el resultado de décadas de siembra de resentimiento y anti valores.
El epílogo es que ahora, uno no puede ser algo sin que lo tachen de nuevos “motes”: como decirte “fujimorista”, que es una especie de señalamiento o acusación, cuando en verdad uno puede ser admirador o negacionista del fujimorismo como tal, pero no llevar el no ser, a un rechazo por odio.
Ser algo, es patrimonio de quien lo desea y no se puede usar como palabra de señalamientos. Ser caviar es una definición no equiparable en este ejemplo, porque el caviarismo no es una identidad, sino un comportamiento. En cambio, el fujimorismo es una concepción sobre lo que deviene del gobierno de Alberto Fujimori y sus acciones desarrolladas a lo largo de aquellos tiempos. No es una doctrina, no es una ideología, es una identidad política.
El problema de la izquierda en su deshonestidad intelectual es que se encuentra en una absoluta desesperación caviar: el antifujimorismo como odio. Y mientras no se sacudan de esa lengua y mirada, nadie los acompañará.