Cerca de treinta partidos se encuentran aptos -en este momento- para participar en cualquier proceso electoral en el Perú, configurando una expresión irracional de la dividida realidad política, aumentando la división de la sociedad en sus ideales de contribuir, ciudadano a ciudadano, en la reconstrucción de una mejor nación. Esta triste evidencia, ha crecido a lo largo de pocos años y se prevé siga siendo mayor, ya que aún quedan grupos que buscan ser reconocidos como nuevos partidos, para una vieja práctica: jugar a la lotería electoral, donde cualquiera emite un grito de protesta y locura o marca una diferencia y captura la atención de los votantes para salir elegido sobre la base de no tener agenda, no tener programa, carecer de liderazgos, ser nada más que un efecto de propaganda o el final del embudo de la cólera, la ira y el odio, porque eso hace funcionar en el Perú, un resultado de gobierno futuro, aunque usted no lo crea.
Y por encima de esta “nueva realidad” que han traído las reformas caviares, que es peor que la “anterior realidad” que fue obra de reformas también caviares, los que dicen ser presidentes, voceros, representantes o líderes de cada uno de esos pequeños partidos fantasmas –porque nadie los ve, ni los ha visto nunca en el territorio nacional haciendo actividad institucional-, se vienen expresando en el sentido que “se está coordinando un acuerdo con otras organizaciones con miras a las elecciones del 2026”. ¿Qué quiere decir esto? Que no existe democracia interna, que las estructuras partidarias no se toman en cuenta y no existe proceso de consulta en cada partido -con sus militantes- para que, ya sea un afiliado un voto o quizás vía elección de delegados, se organicen plenarios o asambleas nacionales que discutan si es necesario buscar alianzas o acuerdos con otras colectividades políticas en camino a un siguiente proceso electoral. Y si pensamos más, no hay estructuras, no se cuenta con militantes activos, no existen directivas en regiones, ni en provincias, en ningún lado. Todo es una pantalla de nombres y de DNI, pero no existen los partidos, sino los caciques de la marca “propia”.
Lo que vemos es que los dueños o propietarios de esos pequeños “partidos” buscan arreglos para asegurarse cuotas y protagonismos por encima de los afiliados o militantes partidarios. Y eso, no es democracia, eso es lo mismo de siempre, la anti política, la carrera hacia la manipulación, la corrupción y la impunidad, porque se desvirtúa el rol de construcción de instituciones políticas y se fortalece el concepto de organizaciones de lucro sobre el voto ciudadano.
No se pueden unir dos, tres o más “partidos” como fruto de la voluntad de hacerlo por la decisión autoritaria de dos, tres o más autodenominados potenciales candidatos dueños de la “franquicia”, que se toman un par de cafés o son vecinos de casas de playa. Por eso la gente rechaza lo que está pasando y se burlan de lo que pasa. Por eso, nadie convoca con la fuerza y energía que requiere un auténtico partido (salvo la excepción hace poco del centenario Partido Aprista, Fuerza Popular o la persistencia de Renovación Popular en actos de importante asistencia de activistas y militantes en la Plaza de Acho, en Huancayo, en Trujillo y otras regiones, algo que a la izquierda del odio le causa temores e iras).
¿Saben qué amigos y no amigos? Se necesitan partidos y no máscaras vacías. Se requiere instituciones políticas de verdad, así sean pequeñas, pero que sean sólidas, con ideas, con doctrina y con organización dirigencial, con programas de gobierno local, regional, nacional. Se necesita impulsar liderazgos y desterrar caudillismos.