Tras cuatro décadas como figura pública y una carrera que pronto le hará seguir batiendo récords como el primer ministro israelí que más tiempo ha desempeñado el cargo, ¿hay algo que no sepamos ya sobre Benjamín Netanyahu? Aunque todavía hay muchas preguntas que los futuros historiadores deberán intentar responder sobre su vida y su notable trayectoria, los lectores de su autobiografía recientemente publicada, Bibi: My Story, encontrarán pocas sorpresas en sus más de 650 páginas.
Esto no es del todo malo, ya que la obra contiene muchos elementos que son claros reflejos de la personalidad del autor. En primer plano está su inquebrantable lealtad a su familia, que incluye el culto heroico a su padre y a su asesinado hermano mayor, Yoni, así como su voluntad de defender la muy maltrecha reputación de su esposa, Sara, y de su hijo mayor, Yair.
Su insaciable sed de vengarse contra una larga lista de enemigos políticos también salta a la vista. El ajuste de cuentas con personalidades como su antiguo comandante convertido en rival político Ehud Barak (de quien afirma con vehemencia que siempre ha tenido afán de notoriedad y que no merece el título de «soldado más condecorado de Israel») comienza al principio de la narración y nunca se detiene. Sus a menudo mordaces descripciones de Ariel Sharón, Ehud Olmert, Naftalí Bennett y Yair Lapid entran en la misma categoría.
En su opinión, la prensa israelí, a la que acertadamente considera su verdadera oposición, es en gran medida un hatajo de sectarios sin ningún interés en la exactitud. A su juicio, mienten sobre él impunemente, acusación con la que un observador imparcial (si es que existe tal cosa sobre Netanyahu) tendría que estar de acuerdo.
Tampoco, salvo algunas excepciones no muy importantes, demuestra gran interés en hacer examen de conciencia sobre las decisiones que ha tomado a lo largo de los años. Está dispuesto a reconocer algunos errores políticos tácticos, como la forma en que trató a otros altos cargos del Likud durante su accidentada primera etapa como primer ministro, en la década de 1990. Y sabe que definitivamente no debería haber llevado a Yair a escalar la Ayers Rock de Australia cuando sólo tenía 10 años, pues una ráfaga de viento casi mata al niño, algo por lo que probablemente nunca ha dejado de pedir perdón a Sara.
Sin embargo, mantiene un velo de silencio sobre su mala conducta personal durante los primeros años de su vida política, incluida su sorprendente confesión en 1993, en directo en la televisión israelí, de una aventura extramatrimonial. Fue entonces cuando, como candidato al liderazgo del Likud, acusó a los partidarios de su principal rival de intentar chantajearle con un vídeo de la cita. El vídeo finalmente no apareció y sobrevivió al escándalo. Pero fue sólo el principio de sus problemas con los medios de comunicación.
La decisión de no dar cuenta de episodios tan embarazosos tiene sentido. La obra es, ante todo, una biografía política y una controversia sionista. En ella no trata tanto de revelar información personal sobre sí mismo como de situar su vida en el contexto de la historia del Estado.
De hecho, el libro trata sólo en parte de Netanyahu como individuo, un imán para la polémica. El verdadero tema es el Netanyahu con una visión clara y clarividente de la seguridad y la prosperidad del Estado judío, una figura que ha seguido los pasos de los mayores líderes del pueblo judío del siglo pasado.
Y como la historia ha reivindicado realmente los principios básicos que han guiado su carrera política, Bibi es, a pesar de algunos claros defectos literarios, un libro importante. Escrito durante lo que él esperaba, con razón, que sería simplemente un parón en su labor de gobierno, y no el final de su carrera, no es un ejercicio de introspección, sino algo así como una biografía de campaña.
El Bibi sobre el que leemos es un hombre que, para empezar, tenía razón en la mayoría de las cosas, y el paso de los años sólo ha servido para reforzar su conclusión de que sigue teniendo razón en casi todo. Esto puede resultar un poco desagradable a veces, especialmente cuando revisa la historia reciente para adaptarla a sus propósitos. Un ejemplo es la imagen que da de sí mismo a finales de los años 90 y principios de los 2000 como centrado principalmente en la amenaza iraní, dejando de lado su ardiente defensa de lo que acabó siendo la desastrosa invasión estadounidense de Irak. A pesar de los beneficios de la caída de Sadam Husein, la guerra acabó fortaleciendo a Teherán.
Según refiere, él estaba interesado en detener a Irán, mientras que el entonces primer ministro, Ariel Sharón, se mostraba indiferente. Esto contradice el hecho de que Sharón se opusiera en privado a la guerra de Irak en conversaciones con la Administración Bush, por la razón antes mencionada.
Otro problema es la prosa un tanto pedestre adoptado en gran parte del libro. Netanyahu se mueve en terreno firme cuando escribe sobre historia y política, y es en esos ámbitos donde brilla su característica elocuencia. Está igualmente inspirado cuando escribe sobre su familia y su servicio militar. Nunca se muestra más apasionado que cuando habla de sus padres y, sobre todo, de Yoni, el héroe de Entebbe. Su descripción de la vida en «la unidad» –Sayeret Matkal, el cuerpo de élite de las Fuerzas de Defensa de Israel en el que él y sus hermanos sirvieron con distinción– también proporciona una visión de su forma de pensar sobre muchas cosas.
Por desgracia, los largos pasajes que describen gran parte de su carrera política –la gente que ha conocido, los lugares a los que ha ido y las ceremonias a las que ha asistido– son mortalmente aburridos. Alguien inclinado a jugar a tomar un trago cada vez que Netanyahu habla de lo «profundamente conmovido» que estaba por algo, y de lo que se ríe la gente con sus chistes, puede que no consiga salir sobrio de algunos capítulos.
Ello no resta valor a su énfasis en los esfuerzos por educar al mundo sobre los dilemas de seguridad de Israel, ni a la descripción de su cruzada, en su mayor parte exitosa, para liberar a la economía israelí de los grilletes de sus orígenes socialistas.
En el centro de este voluminoso volumen se encuentra su explicación del fracaso del proceso de paz de Oslo, en el que tanto invirtieron tres Administraciones norteamericanas sucesivas –las presididas por Bill Clinton, George W. Bush y Barack Obama–. Netanyahu tenía razón al sostener que intercambiar paz por territorios con un movimiento nacional palestino controlado por terroristas que no se han reconciliado con la existencia o legitimidad de un Estado judío no traería sino fracaso y derramamiento de sangre.
El relato de sus enfrentamientos con el afable pero equivocado Clinton y con el arrogante y aún más equivocado Obama son lo más destacado del libro. Disecciona clínicamente los conceptos erróneos subyacentes a la fijación de la política exterior estadounidense con presionar a Israel para que haga concesiones a fin de lograr una paz no deseada por los palestinos. Nadie que entienda de estas cuestiones puede leer estos pasajes sin indignarse ante la malevolencia de Obama, y todo el mundo recordará el obstinado coraje que demostró Netanyahu durante esos años.
En cuanto al relato de su campaña para alertar al mundo de la amenaza existencial que supone para Israel un Irán nuclear, nos quedamos con ganas de saber más sobre su fracaso a la hora de convencer a la propia seguridad israelí de lanzar un ataque contra las instalaciones nucleares iraníes a principios de su segundo mandato, cuando podría haber tenido mucho más impacto que ahora. Pero el testimonio de su negativa a plegarse a la irreflexiva política de apaciguamiento de Obama y su decisión de no seguir la tradición y dirigirse al Congreso de EEUU para persuadirle de que se opusiera a la política de un presidente en ejercicio da en el clavo.
Dado el apoyo histórico que Israel recibió del presidente Donald Trump, algunos pueden sorprenderse por el retrato ocasionalmente poco halagador que Netanyahu hace de él. Conseguir que Trump abandonara su insensata creencia de que podía lograr la paz con los palestinos fue un trabajo duro para el primer ministro y para los ayudantes judíos proisraelíes del presidente norteamericano. Pero da a Trump lo que es suyo por haber hecho finalmente lo correcto y trasladar la embajada estadounidense a Jerusalén desde Tel Aviv, reconocer la soberanía israelí sobre los Altos del Golán y mediar en los Acuerdos de Abraham, que normalizaron las relaciones entre Israel y cuatro naciones árabes y musulmanas.
Aunque muchos israelíes están hartos del ego de Netanyahu, los lectores de Bibi pueden entender perfectamente su convicción de que nadie es lo bastante bueno para sucederle, de que su familia recibe un trato injusto y de que es la larga vendetta del establishment izquierdista israelí la responsable del intento de derribarle por todos los medios posibles. (Es la única explicación para los endebles cargos de corrupción por los que lleva siendo juzgado un par de años, sin final a la vista).
Esta autobiografía también arroja luz sobre por qué la mayoría de los israelíes siguen creyendo que Netanyahu es el hombre con el talento y la experiencia necesarios para dirigir el país. Su lúcida visión de la seguridad, la diplomacia y la economía no sólo ha demostrado ser correcta una y otra vez: es que su capacidad de liderazgo en todas estas cuestiones no tiene parangón con la de ningún rival o aliado político.
Su próximo mandato como primer ministro, que está a punto de comenzar, le deparará más dilemas del mismo tipo en relación con los palestinos, Irán y la economía, así como enfrentamientos inminentes con una Administración estadounidense poco amistosa.
Los esfuerzos de sus detractores, tanto estadounidenses como israelíes, por presentar a su nuevo Gobierno como «extremista» no son más que una nueva versión de la misma tendenciosidad a la que se ha enfrentado durante los últimos treinta años. Ahora bien, si algo podemos aprender de su libro es que Netanyahu está tan dispuesto como antes a dar esas batallas y ganarlas.
© Versión original (en inglés): JNS, un artículo de Jonathan S. Tobin
© Versión en español: Revista El Medio
Imagen referencial, elegida por la Mesa de Redacción de MDP; UN Photo/Cia Pak