Es muy complicado que una persona amiga te diga que le va mal o que está mal en su vida, cuando la encuentras de casualidad y comparten el saludo. Y es que resulta algo casi natural que cuando te preguntan “¿cómo estás?” respondas casi en automático “bien, gracias”. Somos una sociedad de “tapadas limeñas” escondiendo gran parte del rostro y la mirada, para no dar evidencias del estado de cosas en el que uno se encuentra inmerso.
Sin embargo, los más jóvenes son más transparentes y sinceros, porque ven su futuro en lo inmediato y responden lo natural: “aquí, medio fregado”, “sobreviviendo”, “con una chambita, he dejado de estudiar”. No te dicen el “porqué”, sino el “en qué están”.
Generaciones con distintos discursos, que no empatan, que no se alinean ni comparten intereses (no hablo del cariño o amor de la familia, eso es otra cosa).
Si te das cuenta de estos desniveles, irás sacando ejemplos diversos y comprenderás por qué no existen reacciones a lo que hacen o no hacen los gobiernos nacionales, regionales, locales, el congreso o cualquier instancia de poder que emite infinidad de normas que “debes de conocerlas, porque no existe ignorancia ante la Ley” (por si acaso). Es decir, así no hayas leído una norma, tienes que cumplirla porque es tu deber conocerla. ¿Pero, si nadie me ha informado, cómo voy a conocerla? Preocúpate pues, porque los que están y han estado gobernando, no son responsables de tu irresponsabilidad (tal y como han diseñado ese marco de obligaciones).
Entonces, tienes leyes que te ajustan el cinturón del presupuesto, que exigen descuentos en tu salario como impuesto a la renta (y nadie te dice para qué o cómo se usa tu dinero), que te exprimen cada mes para servicios de salud que nunca usas ni usarás (como EsSalud), que te obligan a que pagues por servicios educativos que jamás te han ofrecido esa opción (y te hacen duplicar gastos para asistir a educación privada, sin dejar de pagar la educación pública que no usas). Pagas por lo que el Estado no te permite acceder y pagas mucho más, por alternativas a los servicios públicos (y no te devuelven lo que le das al Estado para no recibir nada).
Pagas por tu terreno, vivienda, préstamo hipotecario o de consumo, en montos mayores a cualquier otro ciudadano porque eres “formal” y “emprendedor”, profesional, técnico, un ciudadano que va por la vía legal y no por la ruta informal (pero de tu dinero, se mantiene a todos los demás). Como que no hay un equilibrio o alineamiento de intereses que haga compatible la obligación, con una retribución.
Estás frito, eres de clase media, alguien con un motor aspiracional prendido en la esperanza, tenacidad y sensatez de tu esfuerzo y dedicación. Pero nadie te va a reconocer eso, porque las leyes no miran tu condición, sino tus ingresos, dónde vives, dónde estudias, tus gastos y bienes. Eres “un objetivo a desangrar” por cada gobierno.
Hoy en día, las clases medias están siendo más delgadas, más frágiles y menos pudientes de responder las exigencias fiscales, porque hay menos empleo, menos ingresos, cambios de vivienda (a casa más chica o departamento más pequeño, cambio de barrio y de escuelas o de universidades y sino, las dejas por un tiempo o quizás para siempre…).
Las clases medias están agotando sus fondos AFP, sus CTS, ahorros y recursos adicionales, ya sea en los emprendimientos que quiebran o en el cierre de los mismos. Esa es la realidad y nadie, desde la política del avestruz, se atreve a mirar y defender a las clases medias. ¿Por qué?