La política se ha convertido en un juego perverso, en una especie de “ruleta rusa” preparada especialmente para que no exista disparo libre de sentencia, ya que todas las balas están en el cargador esperando su destino final. Este tiempo de espera con desesperación, nos está agobiando desde hace algunas décadas pero ahora lo hace con mayor presión.
Si se dan cuenta, si observan bien, es la voluntad ciudadana la que se ha puesto en el perverso juego y es la izquierda internacional, aliada del narcotráfico, la corrupción y la impunidad de la violencia, la que ha empujado esta novela que nadie se atrevió a pensar, menos aún a escribir. Pero ¿Qué es lo que está sucediendo en América Latina para que los ciudadanos no se rebelen, para que sigan callados, encerrados en el silencio, mirando sus agonías? Es evidente que la voluntad de razonar, de pensar por sí mismos, está en extinción.
¿Qué demonio tan grande engulle la libertad y escupe autómatas? Parece un cuento infantil esta frase, pero es una letanía de mayores, es la esclavitud aceptada, el entregarse de rodillas y con ofrendas al abuso del poder, pero ejercido por mafias, por organizaciones criminales envueltas en el manto pecaminoso del delito llamado política, ahora ejercido desde movimientos electorales (ya no existen partidos como tales), que se financian presurosos para devolver la asquerosa inversión, con la vida de millones.
Ya no se trata de explicar que “antes la política era… los políticos eran”. Ahora se debe de aceptar que “eso que se llama política es un delito contra la voluntad popular y representa la suma de nuevos crímenes contra la humanidad”, así de claro, así de puntual. Esa democracia llena de maquillajes e hipocresía que tanto defiende la izquierda, disfraza una nueva forma de dictadura de masas.
¿Y cómo se ha llegado a tan cruel estado de cosas? Simplemente haciendo un cambio de palabras, términos, conceptos y estrategias, para que el fracaso de gestión en gobiernos locales, regionales o nacionales y el fracaso legislativo de las izquierdas en los parlamentos produzca una reflexión de recomposición, redefiniendo la forma de conquistar el poder para no dejarlo. Es decir, luego de fracasos y retrocesos, de peleas y frustraciones, de inconsistentes interpretaciones sociológicas de la realidad existencial, las izquierdas se dieron cuenta que la Revolución China y la ocurrida en Rusia, fueron episodios históricos acabados y había que latinoamericanizar los caminos de “la dictadura del nuevo hombre” en esta nueva tierra de oportunidades. Y de esta forma nacieron los conceptos plurinacionales, inclusivos, transversales, de géneros –digamos una palabra- multiplataforma, de discursos sobre desigualdades permanentes, de nivelación de la pobreza hacia abajo, a lo más profundo y extremo.
Así han impuesto la victimización como su arma principal e identificado como suyo a cualquier grupo, por pequeño que sea, para que enarbole la bandera de la izquierda. Y sumando mini grupos, forman escalones y de los escalones la organización de la manipulación, el discurso del odio, el rostro del resentimiento.
Entonces, la estupidez cobró realce, la desintegración de la palabra ascendió en el diccionario, la política se vió como la esperanza del delito y de los que delinquen porque la confusión produce resultados, el caos produce permanencia y el silencio, bueno el silencio es la condena aceptada de los cobardes y de esos, los hay por millones. Los medios, la clase intelectual y las “celebridades” han sido claves en lograr este objetivo, claramente identificado. Repitiendo los mismos mensajes, han vendido sus argumentos a la masa sin problema.
Y viene otra pregunta, ¿Pero no es que las izquierdas tienen un mejor discurso, una mejor sintonía con los electores y del otro lado, de las derechas o del centro, hay como herencias de malos gobiernos o apegos a dejar de lado a los pobres, favorecer a los empresarios, a los ricos y poderosos? Y viene la respuesta inmediata: No apreciado lector, no se convierta usted en otro autómata de respuestas que los medios de comunicación han sembrado en su chip de incoherencias. Apelan al sentimiento, no a la inteligencia del individuo. Apelan al sometimiento, no a la Libertad de cada quien.
Las izquierdas, todas, con nombre conocido o marca comercial sobrepuesta, en ningún país han recibido más del 50% del respaldo ciudadano en elecciones de amplia participación, jamás. Han logrado mayorías en votaciones de minorías, eso sí. Especialmente, quienes se sienten socialmente discriminados, y por supuesto, en esa juventud idealista adoctrinada o ideologizada en las escuelas y universidades de todo el Hemisferio.
¿Y entonces, no se han legitimado con ello? Sí, es verdad, han logrado legitimidad, para destruir la legalidad. Consiguieron un pasaporte gratis para ejecutarnos en el paredón de los muy correctos y muy tontos. Pero el problema no es ese, sino que los ciudadanos dejan de ser veedores del sistema democrático y entregan sus cabezas en bandeja de oro a sus verdugos. El temor a alzar la voz los ha convertido en borregos que avanzan hacia el matadero sin chistar, presos de una minoría intolerante y abusiva. Es como decir… “Qué nos queda, sino el final, aceptémoslo”. Pero algunos nos rebelamos.
Todo esto ocurrió y sigue sucediendo. Durante los mandatos de gobierno o cesión de producción legislativa a grupos de las izquierdas, se va acelerando todo un curso de sujeción subliminal, mental, dispuesto desde ese centro regional de oscuras operaciones subversivas del nuevo orden mundial, denominado Foro de Sao Paulo. Desde allí, se invierte en manipulación de grupos de poder y grupos de presión (vía coimas, extorsión, chantaje, intercambios de favores ilegales, etc.) para ir sembrando el silencio, porque el silencio es la nueva arma de sumisión colectiva, sin necesidad de represión.
Si se logra someter, por los medios que sea necesario a los grupos de poder y a los grupos de presión, la ciudadanía se calla, no hay mayor golpe que dar y ese es el momento que vivimos, el de la dictadura de un conformismo absurdo, insostenible, que taladra cada segundo de la vida y nos repite “acepta, acepta, acepta, es la democracia”… y no lo es, así no es la democracia. Y quienes critican a los grandes capitales nacionales por no alzar la voz, olvidan que están en completa sujeción -ellos, esos capitales-, a los aún más grandes conglomerados en Estados Unidos, Canadá y Europa, que les exigen que acepten, que se rindan a todo.
Tenemos por ello que dar un salto contrarrevolucionario, disparar argumentos sencillos, palabras simples, acciones rápidas y constantes para despertar de ese letargo tan ruinoso a nuestras naciones, porque a las dictaduras se les vence en los campos de batalla que no son los tradicionales, y en las redes sociales. Es en las calles, con la familia, en las plazas, el barrio, las comunidades campesinas, los sindicatos y los lúgubres cascarones de participación ciudadana que aún se llaman partidos políticos, además de esos canales de adoctrinamiento que llamamos redes sociales, donde hay que pelear. Ese rescate democrático es imperioso y hay que encenderlo. El costo de callar, es perder la libertad que pasamos un milenio entero defendiendo.
Ilustración referencial, en redes sociales, el conformismo
Nota de Redacción: el presente artículo es de libre reproducción, parcial o total, siempre y cuando se cite a los autores Betty Marroquín y Ricardo Escudero.