No me sorprende que el Estado, ese monstruo burocrático que se llena de papeles, rodeos y enredos para todo, desde un simple trámite personal hasta el extremo de inventar reglamentos, procedimientos, procesos, leyes y un sinfín de obstáculos, antes que servir de facilitador del progreso y desarrollo, pretenda siempre, entre intentos de funcionarios reciclados y desesperación de legisladores, decidir qué educación deben recibir mis hijos, sin siquiera preguntarme si acepto que reemplacen mis libertades, por el silencio de una imposición que siempre es errada y no conduce a nada bueno.
La educación que me motiva, es la que creo que va a ser lo mejor para mis hijos, ese es el punto de partida y en consecuencia, si el Estado no me ofrece un perfil y un horizonte que asegure progreso y desarrollo a mis hijos, estoy obligado a ver otras opciones, eso es lo natural, un derecho innegable.
Me he puesto a calcular cuánto deja de necesitar un gobierno si contamos la inmensa y esforzada inversión que hacemos millones de peruanos en educación privada, como alternativa a la oferta pública, en términos generales. Aproximadamente tres mil millones de dólares por año. Una cifra que el Estado no emplea de los impuestos en y para la Educación-no hablo de sueldos, ni de oficinas de lujo para sus burócratas en el Ministerio del sector- y que en consecuencia, debería agradecer por el alivio que le damos para que se invierta en la educación pública (aunque no lo haga y de lo que usa, lo realiza mal o termina en los bolsillos de la corrupción).
Es decir, el Estado no se ocupa de nuestros hijos, lo hacemos nosotros en educación, salud, deporte, esparcimiento, tecnología, turismo, transporte, cultura, alimentación y muchos otros aspectos. Entonces, debería dejarse de lado tanta imposición, tanta regulación y abrirse caminos de crecimiento y fortalecimiento de las oportunidades, en este caso, en la educación privada.
Por supuesto que se requieren estándares mínimos, indicadores exigibles como plataformas en infraestructura material y humana, académica y de idiomas, más allá de ese discurso político que aburre, cansa e incomoda.
La educación no es un producto comercial que deba beneficiar al gobierno o a una empresa. La educación es un esfuerzo compartido en la enseñanza desde la escuela y la formación en el hogar. Esa mezcla, esa combinación tiene que funcionar en una sociedad abierta, donde uno elige lo que considera mejor para sus hijos.
Elijo comparando, y el Estado debe demostrarme que está haciendo cada vez más, mejores escuelas, formando mejores profesores, diseñando un currículo mínimo para sus colegios, que sirvan de eje comparador y no igualitario. La educación es el inicio de las competencias en cada persona, para instruirse, no para estancarse. Un modelo educativo igualitario, lo que iguala es el fracaso, la frustración, el estancamiento, no impulsa el éxito individual, plataforma de ejemplo para todos.
Por eso, la educación de mis hijos, la decido en familia y cuando ellos superan la etapa escolar, justamente ellos deciden su siguiente escala técnica o universitaria, eligen qué carrera técnica, laboral o universitaria quieren construirse y nosotros, su familia, seguimos esforzándonos para que conquisten su destino, pero juntos, de la mano, en unidad.
Un país igual para todos, no iguala a todos, sino que permite oportunidades para que cada quien decida por sí mismo, lo mejor para sus hijos y luego ellos, lo mejor para sí mismos.
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