Una mujer revisa el Facebook con su celular, un hombre lo hace con menos dedicación, pero en sintonía obligada. Al mismo tiempo lo hacen miles de mujeres, también miles de hombres. No interesa de donde son o de donde provienen, tampoco hacia dónde se dirigen. Son la humanidad digitalizada, robotizada en las noticias ajenas de las personas que necesitan un like y tal vez, un comentario.
Si se dan cuenta, la audiencia en Facebook multiplica por millones lo que los medios de comunicación están perdiendo por miles de millones.
La gente quiere atención, las gentes requieren información positiva, risas, recuerdos, saludos, cariño, amor, un abrazo virtual, conocer a otros más, conocerse más por supuesto.
Una sola red o grupo de amigos puede ser más leída que un periódico de alcance nacional, pero los medios, siguen con la soberbia de querer controlar a las sociedades en su conjunto. Grave error.
Pero aquí viene un dilema. La envidia, tan humana como el celo, tan hipócrita como el aplauso de la última fila, está envejeciendo mientras la comunicación personal ha encontrado una herramienta contra el tiempo, ese poco espacio que nos queda luego del trabajo, el estudio o la vida misma.
La envidia es el alma del desertor, por ejemplo. La envidia, es en las redes el observador que no sabe dar like, que no sabe si debe comentar o simplemente ver y callar. La envidia no compra likes.
En cambio, la soberbia de los medios de comunicación es carcaza y nulo contenido, se compra, se alquila, se inclina al dinero de la corrupción y la impunidad, por eso no envejece al ritmo de la hipocresía de sus patrones, que van más rápido, porque son desertores de la libertad.