P. Manuel Tamayo.- Los que han buscado el poder para salir en las páginas de la historia equivocan sus planteamientos, que suelen están cargados de una tonta vanidad, que a la larga los complica para terminar muy mal.
Además, estos personajes, que ahora son legión, persiguen la propia gloria personal dejando “heridos” y “muertos” en el camino. La mayoría terminan pagando una “factura” muy alta para lograr sus mediocres objetivos. La historia efectivamente los recuerda, pero como rufianes o corruptos.
El barullo de los discursos fatuos
Vivimos en un país donde la verborrea invade los foros y las plazas públicas, con encendidos discursos que mueven a los ingenuos, que también son legión. La credulidad está a la orden del día en un país donde el nivel de educación es muy bajo. La gente se cree el cuento de los charlatanes que anuncian paraísos a cambio de votos para seguir medrando.
Los hay quienes flamean la bandera de la libertad y están atrapados con un libertinaje que los esclaviza. Otros hablan de la libertad de expresión cuando mienten y calumnian sin ningún escrúpulo para defender sus propios intereses, sin importarles la honra o la fama de las personas y mucho menos que se diga la verdad.
Las grandes mentiras de los grandes
Autoridades mitómanas no deberían existir, pero hoy se están multiplicando por el exceso de permisividad que hay en nuestra sociedad. Se miente para subir y para ganar.
Muchos, por el itinerario recorrido en competencias ególatras, tienen rabo de paja. No acusan para no ser acusados y así se cubren los entuertos generados en los contubernios para obtener prebendas.
Es en definitiva una repartija compartida con las informalidades de un criollismo chabacano. Esta plaga se ha extendido y ahora nos encontramos con una verdadera pandemia.
El autoritarismo destructivo
Es penoso constatar en muchos, que tienen el poder, una conducta impropia que desdice completamente de la investidura que llevan y de la gran responsabilidad que tienen de llevar las cosas por un buen derrotero, para el bien de las personas.
Estos personajes usan su potestad para imponer lo que ellos quieren, pero al mismo tiempo hablan de libertad y de democracia, como si fueran los adalides de los mejores programas de desarrollo. Sus diálogos son peroratas que terminan en discusiones estúpidas que llevan al entrampamiento y a una parálisis total de todo el sistema. Es realmente un diálogo de sordos.
No fallan los sistemas, fallan las personas. Es un problema de educación. Cuando nos acercamos a los que llevan la batuta, en los programas educativos, nos quedamos espantados de lo que se está proponiendo a los educandos de hoy. Parece que todo está orquestado para corromper a la familia y destruir todo lo que edificaron en su momento, con mucho esfuerzo y cariño, personas notables que nos dejaron un legado que vale la pena revisar.
A los buenos educadores de hoy habría que decirles que no se queden en los sistemas, que se fijen más en las personas, que abran los ojos a la realidad, porque si no lo hacen seguirán “reventando cohetes” y todo seguirá igual.