Carlos, estudiante de Ciencias Políticas en Guatemala, relata cómo un texto de Josemaría Escrivá de Balaguer, con el que buscaba consolar a su novia en un momento de sufrimiento, lo llevó a encontrar el mensaje del Opus Dei.
Los años 2020 y 2021 representaron un hito histórico a nivel mundial. Guatemala no fue la excepción. La pandemia causada por la Covid-19 provocó muchas pérdidas humanas y económicas, mucho sufrimiento e incertidumbre.
Las medidas impuestas por el gobierno de mi país nos aislaron casi totalmente. En medio de este caos el Señor me llamó de la manera más inesperada.
Aunque mi abuelo fue mi catequista de primera comunión y confirmación, mi madre me enseñó las primeras oraciones vocales y mi padre la importancia de asistir a la Santa Misa, apenas sentía interés por tratar y conocer más a Dios.
Mi juventud fue de poca perseverancia en la fe. Sabía muy bien que me faltaba algo: Además caía fácilmente en la monotonía y no me sobreponía a las decepciones. Me había cambiado de carrera (primero inicié estudios de medicina) y de universidad. No veía con claridad lo que quería para mi vida ni qué rumbo llevaría. En definitiva, me sentía vacío. Y, por si fuera poco, no involucraba a Dios en mis planes, Él ocupaba un lugar… escondido y sin protagonismo.
Durante la pandemia la madre de mi novia padeció un cáncer terminal y lamentablemente falleció. Durante las semanas previas, yo trataba de encontrar diferentes maneras para consolar y apoyar a mi novia. Al poco de enterarme de la noticia empecé a tratar más al Señor, retomé con más frecuencia la oración y rezaba el rosario pidiendo a la Virgen por la salud de su madre.
Frases de santos para dar ánimo
Un día, que había sido de los más difíciles para ambas, quise buscar palabras de aliento y me vino a la mente la idea de buscar citas de santos en internet. Quería encontrar una frase que les diera fortaleza y esperanza.
Textualmente escribí en el buscador de Google: “Frases de santos para dar ánimo”. Al rato encontré una que me llamó mucho la atención y que envié a mi novia para reconfortarla.
La frase decía así: “Recuérdalo bien y siempre: aunque alguna vez parezca que todo se viene abajo, ¡no se viene abajo nada!, porque Dios no pierde batallas”. Y debajo el nombre del santo: Josemaría Escrivá de Balaguer.
Al leer la frase sentí que más que para mi novia y su madre, me interpelaba a mí. Sentí una inquietud en mi corazón que no había experimentado antes. Y comencé a investigar: ¿Quién es este santo? ¿Habrá más información sobre sus obras y mensaje? Recuerdo bien que toda la tarde me empeñé en querer conocer más a san Josemaría. Leyendo en diferentes páginas de Internet supe que su muerte había sido relativamente reciente y que además había visitado Guatemala. Cuanto más investigaba, más perplejo me encontraba.
Pensé que si había fallecido recientemente debía haber videos de él. Comencé entonces a buscar vídeos de él en YouTube y encontré uno que tenía el siguiente título: Tú puedes ser santo. Durante los tres minutos que duraba el video me quedé asombrado: sentía una llamada que llegaba directo a mi corazón, algo que hasta la fecha no puedo explicar.
En el vídeo encontré palabras de san Josemaría preciosas como: “Yo vivo porque estoy enamorado, está claro, si no, no sería vida esto”; “No es verdad que tus días sean iguales, si pones amor en tus días, cada día es distinto”; “Tienes la obligación de contribuir a la felicidad de todos, no podemos ser egoístas”; “En el inmenso panorama del trabajo Dios nos espera cada día”… Unidas a la dulzura con que las pronunciaba decidí acudir a un centro del Opus Dei. Aclaro que todo esto sucedió el mismo día que había enviado la frase a mi novia.
“Sabía que nada había pasado por casualidad”
Se me habían quedado grabadas las palabras “quiero ser santo”. Nunca me había sentido tan convencido de querer alcanzar algo. Al día siguiente le escribí a un buen amigo, que había conocido en mi etapa de estudiante de medicina, ya que tenía idea que pertenecía a la Obra. Efectivamente cuando le escribí me respondió que él con gusto me podía orientar.
Inmediatamente me dio un número y dirección al que podía acudir. También llamé a la Oficina de información de la Obra en Guatemala, donde coincidieron en darme la dirección del centro que podía visitar.
Esa misma semana llegué al Club Universitario Balanyá con mi madre para conocer más de la Obra y quedé fascinado. Intuía que era el camino que Dios quería que transitara para encontrarme con Él, para formarme cristianamente y conocerlo más.
Comencé a asistir a un círculo de San Rafael, que era los sábados por Zoom porque todavía nos encontrábamos en los meses más difíciles de la pandemia. Asistía a las velas del Santísimo organizadas los jueves con aforo limitado, participaba de los retiros mensuales, y comencé a tener dirección espiritual y a confesarme con un sacerdote de la Obra.
Todo esto me nutría y fortalecía mi vida interior. Me sentía feliz y con mucha serenidad. Después de nueve meses de formación, dirección espiritual y mucha oración sabía en mi corazón que no quería desaprovechar esta oportunidad de tratar al Señor, sabía que nada había pasado por casualidad. Quería servirle, serle útil y no separarme de su amor. El vacío y la sinrazón de mi vida habían desaparecido.
Compartir lo que uno recibe
Con estas convicciones firmes en mi corazón solicité mi admisión como supernumerario el 23 de noviembre del 2021, convencido que Dios me había llevado por este camino dentro de la Iglesia.
Con el tiempo aprendí que lo que uno recibe hay que compartirlo. Por lo que, unido a esta experiencia, no dudé llevar esta alegría a mis amigos. Por ejemplo, pude conversar con un amigo que conocía de años. Su situación era difícil ya que vivía en una unión de hecho y no se atrevía a acudir a los cursos de formación cristiana.
Finalmente, lo convencí con ayuda de la Virgen y vino al Club Universitario Balanyá. Ese mismo día decidió confesarse y recuerdo que al salir me dijo: “Nunca esperé esto, me confesé y he prometido a Dios casarme”. Cosa que hizo a los tres meses. Mi alegría era incomparable, definitivamente quería esto para todos mis amigos, la alegría de ser cristianos y seguir al Señor.
San Josemaría decía que cuando se paladea el amor de Dios, se siente el peso de las almas. Quién diría que una búsqueda en Google me llevaría a darle sentido a toda mi vida y ayudar a mis amigos a tener su encuentro con Cristo, como yo lo tuve gracias a internet.