Ya ha pasado el tiempo suficiente desde la irrupción de los primeros smartphones o móviles inteligentes como para que podamos evaluar científicamente las consecuencias de su uso (o de su abuso). La última obra del psicólogo social estadounidense Jonathan Haidt, La generación ansiosa, recopila y aporta un conglomerado de investigaciones que no deja a nadie indiferente por su actualidad, por el grave problema que denuncia y, cómo no, por algunas de las críticas recibidas, puesto que el entorno digital que somete a su escrutinio está lleno de polarización y radicalización.
Incluso con la ciencia en la mano y la academia como respaldo, el problema es tan grande, tiene tantas aristas, crece tanto cada día, aparecen tantas investigaciones nuevas cada semana, que es casi imposible de abordar. Y, sin embargo, los datos muestran que tenemos encima un tsunami que no nos puede ser ajeno.
La salud mental infantil y juvenil
¿De qué nos habla Haidt? Con la elocuencia del divulgador que maneja datos procedentes de investigaciones científicas contrastadas (la bibliografía es sugerente y muy extensa), nos deja claro que hay un problema de salud mental en nuestros jóvenes. Las razones ya las hemos abordado en otras ocasiones: no los hemos sabido preparar para un mundo digital en el que han perdido la capacidad de prestar atención a lo relevante, y prefieren relacionarse en ese ámbito virtual a mantener vínculos personales que les obligan a comportarse de acuerdo con las normas sociales.
Aunque el libro se centra en datos de Estados Unidos (corroborados por otros del entorno anglosajón), son fácilmente extrapolables a otros lugares del mundo. Y muestra, con profusión de gráficos, la escalada sin precedentes de los problemas de salud mental en la generación que se crió con un móvil en la mano.
Desde ahí, trata de buscar una explicación y la encuentra en dos fenómenos: el final del juego libre en los niños y en el deterioro de las relaciones interpersonales en los adolescentes.
Móvil e interacciones personales
Las críticas a Haidt se deben sobre todo a que correlaciona el uso de tecnologías con el final de las interacciones personales en niños y adolescentes. Pero no hemos encontrado en su obra ningún apartado en el que sea categórico al respecto.
Muy al contrario, en su texto, que con un estilo divulgativo se basa en todo momento en aportaciones científicas, deja especialmente claro que no quiere ser tajante. Simplemente analiza dos comportamientos sociales paralelos (el uso de móvil y el fin del juego libre en la calle) con datos científicos y estadísticos. Pero abunda constantemente en que ambas realidades son fruto de muchos elementos.
Los miedos de hoy
Por ejemplo, explica que dejar de jugar en la calle no se ha producido sólo porque los niños se hayan enganchado al móvil, sino por una serie de razones multifactoriales, como que los padres tienen más miedo que antes a lo que les pueda pasar en el exterior.
Deja botando algunas ideas sobre las que merece la pena indagar, como la tendencia a exigir a los padres que sobreprotejan a sus hijos: el pediatra que regaña por dejar a los niños trepar a los árboles o la vecina que protesta porque van al colegio solos. Para Haidt, la sociedad no está viendo que proteger en exceso a los menores de cualquier riesgo físico los puede abocar a otros muchos riesgos psicológicos.
Razones para la crítica
Si ponemos en contexto la obra, se comprenden mejor buena parte de sus planteamientos (y también por qué han sido criticados). El primer elemento es que se perciben elementos emocionales del autor, como si se hubiera sentido impulsado a escribir este texto como un deber para con el resto de la sociedad. Él ha descubierto este problema hilando fino entre el mucho material científico que maneja y ha creído que su aportación necesaria al mundo era contarlo.
El segundo aspecto es que no es habitual en un libro de estas características plantear soluciones. Normalmente, la investigación científica se centra en la descripción del problema y unas someras conclusiones tras el análisis, pero en pocas ocasiones se atreve a apuntar qué debemos hacer para cambiar las cosas. Y Haidt entra hasta la cocina con temas especialmente controvertidos, como la edad a la que hay que tener móvil.
El individualismo a examen
El tercer elemento –que si bien resulta chocante, es muy de agradecer– es que Haidt se anima a tocar temas que parecen del ámbito de lo privado. Por ejemplo, aborda como una posible solución a los males que generan las nuevas tecnologías en nuestro comportamiento ético cotidiano un retorno a la vida de fe (o de vida contemplativa, o de meditación, cada cual lo aborde como crea) porque considera que muchos de los problemas se solucionarían si fuésemos una sociedad menos centrada en el individuo y más volcada en la alteridad, con tiempo para reflexionar y menos impulsiva.
Haidt arranca escribiendo una obra bien documentada sobre el problema de la salud mental en los niños y adolescentes, una realidad compleja en la que, sin duda, los móviles y las redes sociales tienen un papel fundamental. Pero lo cierto es que consigue mucho más que eso.
Logra un texto fácil de leer para cualquier público en el que invita a todos (de cualquier edad, con hijos o sin hijos) a reflexionar sobre por qué hemos perdido la calma, por qué nos comportamos de manera tan agresiva, por qué caemos a veces en la desidia, por qué nos cuesta tanto el diálogo con el contrario, desde que, un día, nos aseguraron que todos los problemas quedarían resueltos gracias a aquellos móviles que nos mantenían conectados con el mundo.
Nota de Redacción: el presente artículo fue publicado originalmente en www.theconversation.com bajo la autoría de María Solano Altaba, Profesora de la Facultad de Humanidades y CC. Comunicación Universidad CEU San Pablo, Universidad CEU San Pablo.