No es increíble lo que sucede en la vida diaria, porque se trata del país donde nos encontramos, en el mundo donde no creemos que suceda. Las telenovelas del escándalo captan más sintonía que la misa de honras por quien ha fallecido trágicamente. Los hechos se desnudan lentamente, mientras el meretricio mediático, político y judicial cobran realidad sobre la fantasía para erigirse en el altar del ejemplo y vamos siendo, seguimos siendo, el país del descalabro y la falta de hombría y valentía -valores, principios, virtudes- para poner las cosas en su lugar y a los ladrones, mentirosos y corruptos en donde deben de estar para nunca más salir. Pero no nos animamos a nada, porque es mejor mirar de lado, de costado, a razón de evitarnos problemas y seguir en lo nuestro. No nos decepcionamos de nosotros mismos, le echamos la culpa …a los culpables de siempre y así, no se hace Patria.
Y es en razón de ello que “los políticos y los que quieren serlo” van acumulando en sus prontuarios el momento en que deben salir hacia la escena pública para mostrarse y engatusar a todos por igual, sabiendo que nada les va a pasar, que pueden aspirar a lo que quieran y que sus leyes y sus reglamentos los van a proteger.
Estamos en la isla del mar del odio eterno, rodeados de miserias y resentimientos, pero provenientes de los más irascibles y ociosos, de los perdedores y fracasados, de los frustrados y enemigos de la razón y la verdad; somos espectadores de la guerra del gobierno con los medios, con las oenegés, con los extremistas que los pusieron a ellos desde las izquierdas y ahora se pelean por las cuotas del poder y los dineros del poder. De eso se trata la gran bronca diaria de los escupitajos de slogans y panfletos, nada de ideas, cero argumentos, ausencia absoluta de propuestas, enmarañados en discursos vacíos de contenido, pero cargados de ira y cólera.
Lo que viene sucediendo en el país, es una secuencia de peleas propias del bajo mundo, donde las chavetas son a la lengua, lo que la verdad es al invento. ¿Qué nos queda? Pues mirar bien, hablar mejor, enfrentarse a los que están matando lo poco de democracia que queda y lo minúsculo de Libertad que se observa. Ese es el gran reto de la ciudadanía: rechazar a 42 bandoleros que han armado “sus partidos” para destrozar al Perú; rechazar a los medios que publicitan y militantemente propagandizan a esos partidos y condenar enérgicamente a las ONG, a esos grupos de intereses que usan a los más pobres para ser cada vez más privilegiados (los de las ONG).
El Perú tiene y debe de sacudir las mentes de sus ciudadanos, para afrontar nuevos rumbos, antes de seguir en lo mismo, antes de perderlo todo.