Muy apenada y a la vez poco asombrada, debo escribir sobre el drama anunciado en el periodismo peruano, una suma inacabable de ineficiencias, alejamientos en la esencia y desborde de manipulación sobre la opinión pública nacional. Los medios de comunicación en el Perú, se han ahorcado por una soberbia y vanidad que nació cuando aprendieron a hacer malos negocios con el poder y luego, con los grupos de presión que pretendían el poder (algo que nunca entendieron).
No se trata de la modernidad, del avance tecnológico o el despliegue virtual frente a lo antiguo y añejo, sino que es un evidente resultado que refleja la falta de liderazgo, el abandono de los principios básicos del periodismo y la más abyecta traición a la verdad, al no hacer periodismo, al no comunicar a los lectores, televidentes o radioescuchas las noticias, sino convertirlas en panfleto y proclama de odio y manipulación constante.
No se trata solamente de un manejo incierto en las finanzas e inversiones -insostenibles-, sino de la destrucción del periodismo, para ganar dinero sucio proveniente de los gobiernos de turno, a todo nivel, ya sea el gobierno central, regional, provincial o local. A ese comportamiento llegaron, como la frase que los agobia: “peceteros para siempre, limosneros del hambre ajeno”.
Creyeron que su “poner en orden al gobierno actual y al que venga o nosotros coloquemos” era eterno; imaginación de locura.
La incalculable crisis de los medios de comunicación en el Perú, es el efecto del mal comportamiento, del miserable negociado de los directivos de esas empresas y del silencio o complacencia de sus accionistas. Aquí no existe el “no sabía nada, nunca me dijeron nada”, mientras cobraban todo y por todo.
Estos días, como lo anuanciamos hace más de dos años, llegaría una sombra de dolor en varios medios, adicional a la pandemia, que solo fue un minúsculo añadido. Hoy decenas sino cientos de trabajadores de los medios, están en las calles viendo quien los recoge, quién los contrata, quién los alquila, mientras los que decidieron el despido, se frotan sus jugosas gratificaciones, pavo y panetón incluído.
Lo más triste es que los que salen, se callan, se vuelven a vender, se vuelven a alquilar, perdiendo el ser periodistas de verdad, amantes de la Libertad.
No se quieren dar cuenta que no son empresarios, que nadie va a invertir en un nombre -el de ellos- o en lo que fue o dicen que fue su carrera, su programa o su historia de vida. El Periodismo se las juega con inversionistas que hacen empresa, no con chacales y mercenarios que hacen de la noticia, el arma más perniciosa de la muerte de la verdad.
Un adiós a los afectados, un abrazo a los que les dijimos que esto iba a pasar y no nos creyeron. Una luz de esperanza a los que se las quieran jugar por reconstruir el periodismo en el Perú, “la más noble de las profesiones o el más vil de los oficios”.