No se trata de decir “pueden afirmar esto o aquello, pero hay que reconocer que”, como si el discurso que demuestra el valor de verdades incuestionables, estuviera sujeto a vergüenza o miedos que de ninguna manera se pueden tener. Hay que decir las cosas con firmeza: La minería es la estructura del país, corren en sus unidades el nutriente y la esperanza de un pueblo que históricamente valora y enaltece su industria desde tiempos inmemoriales. La minería es la principal respuesta a la necesidad de un soporte que da impulso a la nación.
Es “con” minería, que los Incas sobreprasaron momentos de admiración y poder; es “con” minería que en los tiempos precedentes y consecuentes a la declaración de independencia, el país surgió como su brillante bandera; es “con” minería que el siglo XX miró al Perú con su crecimiento a trancos y estancamientos, pero crecimiento que se cortaba o postergaba por asuntos políticos indignantes, no por ausencia de recursos.
Nada ha sido tan atacado en los últimos tiempos, como la fuente de la posibilidad hacia un progreso ordenado y un desarrollo consecuente, como la minería formal (porque hay que decirlo así: formal), es decir, la minería no contaminante, la minería que provee lo que el Estado (los gobiernos) le han negado infinidad de veces a las poblaciones alejadas de las ciudades capitales de cada departamento, provincia o región: educación, salud y trabajo.
Sin embargo, los dueños del resentimiento y el odio, los políticos mal formados y llenos de envidia y apego a la corrupción y la impunidad, se han dedicado –intereses de por medio- a destruir la posibilidad de inversión y proyección minera.
Es el conjunto de discursos e ideologías violentas, la que se ha impuesto primero en protestas alejadas de la verdad, luego en decisiones desde gobiernos locales y regionales o desde el congreso de la República, contra el país. Pero ahora, en la cúspide del poder se encuentran los enemigos militantes del país, eso es lo grave y que requiere darse a conocer, porque de lo contrario, se nos terminarán las esperanzas y morirán las posibilidades de reincorporar estratégicamente a la minería en los caminos de progreso y desarrollo que todos reclaman con urgencia, pero pocos gritan y defienden con amor al país.
Tenemos un gobierno con una inquietante mirada despectiva a todo lo que significa inversión privada (pesca, minería, hidrocarburos, educación, salud, carreteras, servicios, finanzas, construcción, más trabajo). ¿Porqué sucede esto? ¿Porqué hemos permitido que esta atrocidad pervierta la democracia incipiente, frágil y débil que podía recomponerse luego de la funesta presencia de tantos malos gobernantes? Es nuestra culpa, es nuestra responsabilidad y no se puede retroceder. Por eso, en consecuencia, hay que dar el golpe necesario para reimpulsar valores y principios, reconstruir el camino, reconquistar la verdad e imponer con criterio, la necesaria participación política de nuevos actores y mejores gestores.
La peruanidad debe vencer a la miserable ideología del odio que ahora gobierna.