Lo anunciamos con preocupación, porque cuando alguien se va a la quiebra -por su propia culpa y odio puesto en escena-, da lástima por el entorno que lo acompaña, en especial jóvenes incautos, creyentes que en la mesa principal se ubicaba un “gran periodista”, que alguna vez fue un “buen periodista”, que no es lo mismo, y al final de cada día, con sus rabietas y mal genio creciente, hizo que un buen proyecto se ensuciara con las palabras que identifican su resentimiento, el mismo que es la suma de sus quiebras, fracasos, peleas y vanidad.
La pequeñez de su humildad fue achicándose cada vez más, mientras la gigantesca soberbia de sus males de vida, irrumpieron en sus palabras y frases, como disparos a muerte de sus columnas, las de él. Por eso, su destino es la consecuencia de sus desatinos: menos credibilidad, menos confianza en los lectores (en sus clientes, no en los que no lo leen ni le creen nada), menos presente y menos futuro, como hoy se puede comprobar.
Todos sus proyectos impresos (revista y diario) tuvieron el mismo final de su actual semanario: peleas internas, peleas con auspiciadores, caída en las ventas, pérdida de credibilidad en los lectores, fanatismo militante. Y siempre, el drama… “me persiguen”, “nos vigilan”. Y así siempre ha repetido que los servicios de inteligencia del Ejército, lo tienen en la mira. Es decir, el reino eterno de las falsedades porque nunca menciona cuando vivió, de rodillas, de la dictadura militar izquierdista de Velasco, que lo amamantó y lo puso de casi embajador parlante de las estatizaciones y abusos contra la democracia que se había destruído y las libertades que se estaban conculcando.
El fin de los maestros del odio de la caviarada del periodismo está comenzando y la sentencia es unánime porque el jurado de la ciudadanía es implacable. Y es que la insostenibilidad de un mal negocio en “el periodismo” de las izquierdas del odio, es inevitable.
Periodismo, el periodismo, está volviendo desde las redes, desde la Libertad.