Es un hecho constante, que se repite y repite a cada instante, se trata del desprestigio de la izquierda (que en realidad es muchas izquierdas, pero aliviaremos la descripción de los cientos de grupitos de izquierda que se definen así, para no perdernos en el horizonte de los divididos por su propia actitud y decisión).
La izquierda, al ser intolerante y negacionista, se achica en todo el mundo, porque eso de decirse “revolucionario” es similar a ser revoltoso, eso de decirse progresista, es parecido a comportarse como un vago echado en una cuenta estatal que lo mantiene adormecido en su mano extendida, eso de creerse representante de los pobres es la actitud hipócrita que desfigura las maldades de usar a los humildes para beneficio propio.
Lo justo es señalarlo y que ellos y ellas, los de la izquierda, traten de reflexionar y pedir perdón a la sociedad que descomponen diariamente y la torturan con sus absurdas propuestas y alucinadas sugerencias que significan quitarle algo a unos, para quitarle todo a más de uno. Esa expropiación del esfuerzo ajeno (que ellos no saben de qué se trata, es decir, trabajar honradamente) es una obsesión compulsiva en la izquierda, porque la envidia al éxito les produce una irritación y odio desmesurado que les obliga, a ellos y ellas mismas, a atacar al ciudadano y a su familia si ven que triunfan, si ven que avanzan, si notan que están felices.
La izquierda se enfrenta a la felicidad, la quiere desnaturalizar y por eso van contra la familia, contra los hijos, contra los ancianos y en suma, hacia la destrucción legal de cuanto sea humanidad. La tiranía que ejercen los de la izquierda, es mayor fuera del gobierno que dentro, ya que se apropian de bienes y recursos públicos en su provecho, hacen agendas de escaladas hacia la violencia, promueven el giro de la agresión y la sensación de estar haciendo algo bueno, cuando en realidad la esquizofrenia política no produce nada positivo.
Bipolaridad política es una observación directa, por eso decimos que la izquierda va autogenerando su desprestigio en forma imparable, como si le encantase destruirse, mientras destruye al país.