Basquetbolista, sacerdote, Arzobispo, Cardenal y sobretodo un peruano que nunca dejó de expresar sus ideas, reflexiones y propuestas, recordamos estas palabras de Juan Luis Cipriani, un 28 de julio pasaado, en la Catedral de Lima:
El presente y el futuro de los jóvenes constituyen para la Iglesia una gran preocupación. Algunos de ellos tienen dificultad en encontrar una orientación que les convenga o sufren una pérdida de referencia en sus familias. A veces marginados y a menudo abandonados a sí mismos, son frágiles y tienen que hacer frente solo a una realidad que les sobrepasa.
Hay que ofrecerles un buen marco educativo en el que la formación en virtudes y valores los anime a respetar y ayudar a los otros, para que lleguen serenamente a la edad de la responsabilidad. La Iglesia puede aportar, y de hecho aporta, en este campo, una contribución específica y trascendente.
La justicia social
La situación social en el mundo está por desgracia marcada por un avance solapado de la distancia entre ricos y pobres. Ya el Papa León XIII decía que “como la Iglesia es madre común de pobres y ricos” (cfr. encíclica Rerum novarum, 15.V. 1891), le corresponde instar a los gobernantes a buscar la reducción de esa brecha, teniendo en cuenta lo que el magisterio ha recordado las últimas décadas: “la opción preferencial por los pobres ni exclusiva ni excluyente”, en las acciones políticas y sociales, asistenciales y caritativas de los cristianos.
Estoy seguro que es posible encontrar en nuestro país soluciones solidarias, como es el programa “Beca 18” y otros que, sobrepasando el asistencialismo, es decir, la inmediata ayuda necesaria, vayan al corazón de los problemas, para proteger a los débiles y fomentar su dignidad.
“El humanismo cristiano parte de la base de que el cristianismo no es una ideología sino una religión. Aspira a humanizar el mundo, depurando las instituciones sociales de la carga de egoísmo que encubren. Afirma la perfectibilidad del hombre por medio de la educación y de la reforma de aquellas estructuras que hacen posible su explotación. Su lema es el amor a todo hombre y la comunión con el pueblo” (R. Ferrero R., El Humanismo de nuestro tiempo, p.95).
A través de numerosas instituciones y actividades, la Iglesia, igual que numerosas asociaciones en nuestro país, trata con frecuencia de remediar lo inmediato, pero es al Estado al que compete legislar un marco normativo que permita reducir si no erradicar en lo posible las injusticias, convocando para ello a la participación de todos.
Capital y trabajo deben darse la mano despejando el campo de ideologías que no resuelven nada y que tantas veces abusan de la indecisión e ignorancia de las grandes mayorías.