Un fenómeno extraño se ha podido identificar en varios países del continente. Se trata de la creciente maldad por imitación, un proceso por el cual, lo que hacen con odio los políticos de las izquierdas en un país, se repite en otro, de igual forma o con algo de maquillaje, pero en el fondo, en la esencia del pensamiento marxista, como efectivamente establecido por el Foro de Sao Paulo y la Internacional Socialista. Es decir, con la necia actitud militante e ideologizada de las izquierdas, buscan siempre el poder con el mismo fin negativo: destruir todo concepto de democracia, desnaturalizar la institucionalidad rebajándola de lo precaria y débil que es a una casi inexistencia, disminuyendo las libertades, manipulando a las minorías que se sientan oprimidas o resentidas con el resto de la sociedad y desmoralizando secuencialmente a los ciudadanos para hacerlos indiferentes a todo lo que en verdad debería ser prioritario en sus vidas. Destruyen el concepto de familia, desvirtúan el feminismo, manipulan a la mujer y aniquilan el concepto de matrimonio como núcleo de la sociedad, a lo largo del tiempo, entre otros discursos de odio extremista.
Destruir, arrasar, enterrar, esa es la idea del odio activista de las izquierdas de los mil rostros y cien mil cambios de interés, para lo cual se infiltran en la academia tomando la estructura de la educación en todos los niveles y con ello adoctrinan en vez de formar y enseñar, se infiltran del mismo modo en los partidos políticos y colectivos ciudadanos para llegar a los parlamentos -principalmente-, sugiriendo, impulsando, empujando y convenciendo a los incautos, manipulados, cobardes e ingenuos “demócratas” para que se aprueben de contrabando leyes que encierran “trampas y medias verdades” que luego explotan en contra de la justicia y en la cara de quienes las apoyan.
Un ejemplo de esa forma diabólica de usar palabras bonitas para envenenar el destino de los ciudadanos y sus familias, es la eliminación por decreto, en la Constitución de la Ciudad de México, de la frase “propiedad privada”, con lo que han dejado abierta a la interpretación del Poder Judicial mexicano, decisiones sobre la expropiación de cualquier bien inmueble (edificio, casa, terreno, departamento). Es la herramienta que puede sumir a México en el más absoluto abismo del comunismo disfrazado de otros “apodos”.
Esa norma, un casi “copy paste”, ya recorre oficinas parlamentarias o congresos, oenegés, universidades y medios de comunicación buscando eco en Bolivia, Colombia, Perú, Honduras, Guatemala y Ecuador, con la misma figura de convicción absurda que menciona como argumento que “no es necesario que se diga que se respeta la propiedad” cuando se pone en la Constitución la frase “propiedad privada”, porque es implícito que existen varias formas de propiedad. Buscan maquillar el resentimiento que hay detrás de esto para encontrar apoyos en parlamentarios y congresistas resentidos o ignorantes, ya que desafortunadamente el poder Legislativo en todos esos países está cundido de personajes con una o ambas características.
Pero, no es verdad lo que dicen que es “reconocimiento” lo que se ha eliminado, porque se trata de un juego de palabras que engañan y confunden, para dejar en la imaginación o en el recuerdo que alguna vez existió el sentido de pertenencia, pero ahora ya no existe propiedad privada, tampoco el ahorro personal para las pensiones, el ser dueño de algo propio y eso, apenas lo visualizas cuando asumen las dictaduras comunistas vestidas con trajes de progresistas, que es algo así como “te estoy ahorcando con tu venia, sin hacerte doler mucho, para poder dejar de verte”. ¿Se dan cuenta? Compramos al ejecutor de nuestro final.
La máscara del bandido no oculta al sinvergüenza, el discurso poético no reemplaza la verborrea revolucionaria del odio, el contrabando ideológico es una contaminación subyacente que invade Latinoamérica y no le ponemos freno y bozal. Patéticamente, la empresa privada que cree “que todo lo sabe y todo se puede comprar”, apoya a sus propios verdugos e ignora las advertencias.
Y lo mismo en cuanto a la delincuencia. Si no, veamos el drama de Chile, la angustia en Perú, el terror aún no controlado en Ecuador, los crímenes inacabables en México y la delincuencia en su apogeo en Guatemala.
¿De qué se trata todo eso? De hacer que la población tenga miedo al ladrón y al Policía, que desmerezca el actuar del Ministerio Público y lo condene, que diga que los operadores de la Justicia en realidad lo son de la criminalidad. Y así en la mente de cada persona, las instituciones ya no son instituciones sino remedos de algo que alguna vez parecía funcionar. Y como los políticos tratan de justificar lo injustificable, aun pudiendo tener algo de razón -quizás, tal vez, no lo sabemos, nunca lo entenderemos-, la gente suma a la desinstitucionalización el desprestigio de los desprestigiados políticos y nos terminamos dando cuenta que estamos en un hoyo profundo que nosotros mismos hemos abierto y -teniendo el poder de cerrarlo-, no lo hacemos.
En Chile hablan ahora, desde la ineptitud de quien gobierna, de hacer lectura de la eutanasia como una “gran” política pública. Y de inmediato congresistas comunistas en el Perú recogen el virus de la estupidez y lo replican en varios proyectos de Ley “para negociar” con los que no saben ni siquiera el significado de esa palabra. En esa tarea perversa, las oenegés otra vez vienen a la carga con los medios de comunicación y operadores activistas de las redes sociales, a efectos de tratar de hacer que sea necesario el que más gente muera “por las nuevas Leyes” en vez de salvarla por humanidad, destinando recursos y esfuerzos en la lucha por la vida. Después de todo, el anciano y el enfermo no sirven a la causa de la izquierda.
Nos quitan libertades, crean un nuevo mundo, repiten de frontera a frontera el miedo y el ataque, la agresión y la violencia contra la frágil y débil “democracia” y así, van haciendo de la apatía, del desinterés y la indiferencia, la agenda del silencio ciudadano.
Cada izquierda en cada país, se lee una a otra para repetir sus acciones e intenciones, porque carentes de ideas y propuestas, solo quieren que el caos impere, como en una guerra revolucionaria: para destruir, arrasar, enterrar y “crear el hombre nuevo del nuevo socialismo del siglo XXI”. Y con ello, lograr los sueños de bar del Che Guevara que odiaba al homosexual, al indio, al rico, tomando el poder para acabarlos a todos.