En Fain-les-Moutiers, pequeña aldea de la Borgoña francesa de doscientos habitantes, un 2 de junio de 1806, nace la novena hija de Madeleine Louise Gontard y Pierre Labouré. La bautizan al día siguiente con el nombre de Catalina. Quedando huérfana a sus 9 años de edad, ante terrible sufrimiento, abrazándose a los pies de una imagen de la Santísima Virgen le dice: “De ahora en adelante, vos seréis mi madre”. A sus 23 años entra como religiosa en la Hijas de la Caridad, orden fundada por San Vicente de Paúl. En su noviciado, ubicado en la Rue du Bac 140, de París, tuvo la gracia especial de ver todos los días al Señor en el Santísimo Sacramento.
Un 18 de julio de 1830, a las once y media de la noche, siente pronunciar su nombre: “¡Sor Labouré, Sor Labouré!”. “Despierto y veo a un niño vestido de blanco, de 4 o 5 años, que me dice: Levántate pronto y ven a la capilla. ¡La Santísima Virgen te espera!”
El niño la lleva a Ella
Vestida, Sor Catalina camina con el niño; por donde pasaban, los candelabros estaban encendidos. Llegando a la capilla, el niño toca la puerta con la punta del dedo y se abrió al instante. Al entrar: “vi encendidas todas las velas y los cirios”. El niño la llevó junto al lugar destinado al padre director. A seguir llegó una señora que fue a sentarse en una silla que estaba sobre las gradas del altar mayor. Entonces el niño me dijo: “Ella es la Santísima Virgen”. Levanté los ojos hasta su rostro, sin dudarlo, “di un salto, me puse a su lado y me arrodillé con las manos apoyadas en sus rodillas. Allí pasé los momentos más dulces de mi vida”. Fue la primera aparición.
La Virgen dijo: “Hija mía, el buen Dios quiere confiarte una misión. Deberás sufrir mucho, pero todo lo soportarás pensando que lo haces para gloria de Dios. No te faltarán contradicciones, pero te asistirá la gracia. No temas. Di todo con confianza y simplicidad”.
Así fue comunicada la misión, preparándola con buenos consejos y anunciándole futuros eventos -que en parte ocurrieron en ese período- para afianzar la fe de aquellos que pudieran dudar de la aparición.
Una tarde, del 27 de noviembre de ese 1830, ocurre la segunda aparición. Estaba Catalina en profundo recogimiento junto a sus hermanas en la Capilla, cuando se le apareció nuevamente la Santísima Virgen. “Venía vestida de blanco, su cabeza cubierta con un velo que caía hasta los pies, que posaban sobre un globo blanco y aplastaban una serpiente. Sus manos, elevadas a la altura del corazón, sostenían una esfera de oro coronada por una pequeña cruz. Sus ojos miraban al Cielo, su rostro era tan bello que yo no sabría describirlo. De pronto sus dedos se llenaron de anillos adornados con piedras preciosas que brillaban y derramaban su luz en todas direcciones, circundándola de tal claridad que era imposible verla. De las piedras preciosas salían los rayos, que se alargaban hacia abajo”.
La Virgen dijo a su corazón: “Este globo que ves representa al mundo entero, especialmente a Francia y a cada alma en particular. Estos rayos simbolizan las gracias que yo derramo sobre los que las piden. Las perlas que no emiten rayos son las gracias de las almas que no piden”.
En aquel momento, se formó un cuadro alrededor de la Santísima Virgen un poco oval y en el borde interior escrita, en letras de oro, la siguiente invocación: “Oh María, sin pecado concebida, rogad por nosotros que recurrimos a Vos”.
Entonces escuché: “Haz que se acuñe una medalla según este modelo. Todos cuántos la lleven al cuello recibirán grandes gracias. Las gracias serán más abundantes para los que la lleven con confianza”.
“Inmediatamente el cuadro dio vuelta y vi el reverso. En ella aparecía la letra ‘M’, sobre la cual había una cruz descansando sobre una barra, y debajo los Corazones de Jesús y María. El primero coronado de espinas, el otro traspasado por una espada. En torno de ellas había doce estrellas”.
Pruebas
Sor Catalina le contó a su confesor, pero, el padre Aladel, consideraba que “todo eso no es más que pura imaginación”, dando por terminado el tema.
Ocurre entonces una tercera aparición, en diciembre del mismo año. La vidente multiplica sus instancias junto a su confesor, diciéndole que Nuestra Señora, quiere que se acuñe la medalla. Acaba siendo reprendida.
Pasados casi dos años, el padre Aladel, en su perplejidad, por prudencia ante este tipo de acontecimientos, si bien que impresionado con la realización de las previsiones, como por la insistencia Sor Catalina, finalmente se rinde y habla con el arzobispo de París, quien autoriza la confección de la medalla; considerando que todo en ella está de acuerdo con la fe de la Iglesia y la piedad de los fieles, pidiendo ser el primero en recibirla.
Se encargan 20.000; llegan las primeras 1500 a manos de las Hijas de la Caridad en medio de una terrible epidemia de cólera en 1832; sin más qué hacer con los enfermos comienzan a distribuirlas. Tales fueron los milagros operados que la medalla, llamada originalmente de: «La Inmaculada Concepción», pasó a ser popularmente llamada: «La Medalla Milagrosa». Cruzó su fama las fronteras difundiéndose en el orbe católico, en cuatro años, ¡más de diez millones de medallas solo en Francia!
Nadie supo que el pedido de la Virgen fuera a través de Sor Catalina hasta después de su muerte, solo lo sabía su confesor. Nunca supieron de las apariciones sus hermanas religiosas.
Era el comienzo –en el decir del Papa Pío XII– de la «era de María», inicio de una etapa de visitaciones celestiales en Francia en Rue du Bac (1830) y Lourdes (1858). Ocurriendo en medio la definición dogmática de la Inmaculada Concepción, el 8 de diciembre de 1854, preparada por una, y confirmada magníficamente por otra.
Fueron los lamentos de María Santísima, ante la apostasía de la humanidad, invitando a que los hombres abran sus corazones a las gracias que Ella tenía para dar. Se formaba una ojiva espiritual entre Rue du Bac y Lourdes, cuya piedra angular era: la Inmaculada Concepción. Sobre la Medalla hace escribir: “¡Oh María sin pecado concebida!”, en Lourdes dirá: “Soy la Inmaculada Concepción”.
El día 31 de diciembre de 1876, Sor Catalina recibe los últimos sacramentos entregando su alma a Dios. A 56 años de muerta, abierto el féretro, su cuerpo estaba incorrupto, trasladado entonces a la Capilla de la Rue du Bac. Fue canonizada el 27 de Julio de 1947, por Pío XII.
Es conocido que la mayoría de las personas que mueren usando la Medalla Milagrosa, aunque sean ateas o apartadas de Dios, acaban entregándose a Nuestro Señor y se arrepienten a la última hora. Verdadero escudo que la Virgen ha dado en la lucha contra todas las tentaciones; particularmente eficiente en la lucha, que tanto debemos conducir en los días de hoy, contra el poder de las tinieblas.
Por el P. Fernando Gioia, EP
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