Alice Von Hildebrand (1923) -filósofa y esposa de Dietrich Von Hildebrand- ha escrito el libro “La noche oscura del cuerpo” (Ediciones Cristiandad, 2020) para iluminar la dimensión íntima de la corporalidad personal. Es un libro en diálogo crítico con la obra de Christopher West sobre la realidad de la sexualidad humana. Para Alice Von Hildebrand, la propuesta de este autor carece de la reverencia adecuada que debe rodear a las manifestaciones de la intimidad corporal.
En una glosa sugestiva a los aportes sobre la sexualidad que Dietrich Von Hildebrand desarrolló en sus múltiples escritos, la autora afirma la claridad de la antropología cristiana sobre el cuerpo muy distante de un cierto puritanismo pasado. Y, en efecto, la teología del cuerpo de San Juan Pablo II es una buena muestra de esta riqueza conceptual.
El libro me ha sugerido otras reflexiones sobre la corporalidad, precisamente, en esta situación de confinamiento que vivimos desde el año pasado. Al respecto, Yuval Levin, en una entrevista aparecida en Public Discurse el 1 de mayo, menciona que esta pandemia ha fortalecido muchísimo la “comunicación” -tráfico de información-, pero ha empobrecido la “comunión”, es decir, el cultivo de las relaciones interpersonales en lo que tienen de presencia corporal.
Para aprender a ser personas y desarrollarnos como tales requerimos de un plexo de espacios y tiempos. La corporalidad no es un simple estuche o carcasa para portar el espíritu. Las expresiones en uso “tenemos cuerpo” o “somos cuerpo” no acaban de revelarnos la naturaleza de nuestra corporalidad personal. No se “tiene” cuerpo como se “tiene” ropa, no es un asunto de quita y pon. Tampoco nos reducimos a ser sólo cuerpo. El ser personal espiritualiza nuestras tendencias corporales y, aunque es verdad que somos capaces de placeres intensos teniendo el corazón frío (Alice Von Hildebrand), también es verdad que somos conscientes del vacío existencial en el que podemos quedar cuando reducimos la vida a sólo experiencias corporales de vértigo.
Es la persona en su integridad corpóreo-espiritual la que se hace presente en la relación interpersonal. La pantalla plana, la conectividad del internet, las plataformas digitales cumplen una función magnífica. Para muchas actividades, basta el ciberespacio, pero para las más propiamente humanas, requerimos del encuentro presencial.
Conocerte no se agota con una búsqueda en Google y en las redes. Conocerte es verte cara a cara, oír tu voz sin mediación digital, mirar tu rostro y el brillo de tus ojos, reírnos juntos, compartir confidencias y sucesos. Es lo propio de la amistad, de las relaciones interpersonales, del aprendizaje de las virtudes.
Sin cercanía personal nos quedamos sin educación sentimental. Si no podemos estar unos con otros, desaparecen las reales comunidades de práctica y se pierde el aprendizaje de las virtudes y de las competencias valorativas.
El cuerpo humano no está pensado para perderse en las noches oscuras del tiempo. No se lo pone debajo del celemín, se lo sitúa sobre el celemín para manifestar su riqueza personal en interacción con otras personas.
Estamos con una persona y la miramos en su totalidad. Es su porte, su estilo, su imagen, la riqueza de su intimidad, sus ocurrencias o su seriedad. La antropología cristiana esto lo tiene claro. Un Dios que se hace carne y se queda en la hostia consagrada para que los fieles comulguen.
Una vida cristiana nutrida de prácticas personales y comunitarias. Tiempo para el recogimiento personal en soledad y tiempo para ser vivido en las iglesias, cuando participamos de la Santa Misa. Le pido a Dios que termine con esta pandemia.