Luis, Royer y Escot (así se escriben sus nombres) son tres hermanos en medio de la pandemia, en lo alto de uno de tantos cerros que rodean a una ciudad con diez millones de personas que no los ven, salvo cuando se acercan a la ventana de un auto y ofrecen limpiar los vidrios a cambio de unas monedas, o cuando se ponen a bailar un huayno huancaino de ritmo fuerte y agotador -pero muy alegre-, en el cruce de dos avenidas y sonrientes te dicen “una propina, amigo”
Muy temprano los tres se ayudan cargando baldes que llenan de agua desde un camión proveniente Dios sabe de dónde, son seis baldes cada dos días los que deben subir por una cuesta zigzagueante sin escaleras, unos doscientos metros de distancia y pendientes algo resbaladizas, pero nunca se les ha caído uno. Perder un balde es como perder una comida y no poder recuperarla.
Luis es el mayor y le dicen en el barrio de cumbres y pendientes “el español” porque es al único que le pusieron un nombre fácil de escribir. Royer se llama así, porque según Alfonso Zacarías, padre de estos tres buenos niños, nació con un brazo más fuerte que el otro y “será como el Royer Federer” un titán deportivo. Al último le pusieron Escot, por Scott Kelly, “el astronauta que rejuveneció en el espacio, ya que mi Escot tiene una pinta de artista y llegará muy lejos” dice Anita, la mamá, que estaba cursando segundo año de periodismo en la Universidad Nacional Mayor de San Marcos cuando vino Luis a cambiarle vida o como ella afirma con entusiasmo… “a darle sentido a nuestras vidas”.
Alfonso y Anita son muy activos, emprendedores, entusiastas, son muy pilas: “somos los doble A” y tenemos nuestros “Triple A” me cuentan sonrientes. Alfonso es guachimán, estuvo estudiando para Maestro de primaria en La Cantuta y no le alcanzaba para los pasajes, para vivir con Anita y para los niños que fueron llegando más y más, como su intenso amor por su esposa. Ella, trabaja en una casa de familia en Lima, donde “me tratan bien, me quieren mucho y el señor es padrino del Escot”.
Los Rodríguez acogen con trabajo a Anita y Alfonso es guardián de las oficinas de Don Pancho Rodríguez en el lujoso distrito de San Isidro. Pancho y Mirelle son abogados prestigiados, tienen cuatro hijos, todos hombres, así que les van pasando ropa y libros a los chicos Zacarías.
“Ha sido una bendición para nosotros que Don Pancho un día, pasando por el Aeropuerto viera a mis hijos bailando, se haya bajado de su auto con su chofer y el guardaespaldas para conversar con los niños y venir a mi casa. No podía creerlo, subió todo el cerro y al grito de los niños “mamá, mamá, tenemos visita” le invité a pasar a nuestra casita de maderas y él lo hizo de buen gusto. Me contó su impresión sobre los niños y cómo su padre de Don Pancho, había venido a Lima desde su lejano pueblo de Imata, en lo más alto y frío del Perú, para estudiar economía, sin tener un sol en el bolsillo. Yo soy de Caylloma, así que me emocionó su relato y me sentí identificada con esa tenacidad”
Hace cinco años los Rodríguez y los Zacarías se conocen y ayudan mutuamente. Don Pancho ha motivado en Alfonso que vuelva a estudiar en las noches. Lo mismo le ha dicho a Anita, que él puede apoyarlos. Sin embargo, desde aquella cima en lo alto de la ciudad, es complicado hacerlo, tendrían que ir a vivir a otro cerro que los ubique a menores distancias de las universidades y eso es muy enredado porque las mafias de terrenos no permiten que nadie llegue sin pagar cupos. Tal vez, irse a un barrio hacinado, pero de niveles delincuenciales que podrían maltratar a sus hijos. Aquí en el cerro respiran y tienen espacios para correr sobre la tierra por lo menos. También, los niños deberían cambiar de escuela, lo que es un tedioso trámite en el Perú. La vivienda o donde estás viviendo, es el detalle, más allá de las ganas que cada uno tiene.
¿Qué va a ocurrir con este matrimonio de jóvenes que quieren ser emprendedores en sus vidas, que anhelan terminar sus estudios para progresar junto con sus hijos?
Aquí está la oportunidad del Estado en manos limpias para su gestión, proyección y administración inclusiva.
Si lees con atención, ya tenemos lo más valioso que un país puede anhelar: gentes dispuestas a progresar.
Si piensas con paciencia, estamos ahorcados por lo más pernicioso que un país puede soportar: gobiernos cercando oportunidades.
Eso es lo que hay que cambiar y tenemos que hacerlo con gentes como los Rodríguez y los Zacarías.