El problema de tener asesores de izquierda incompetentes y negociadores progres resentidos en un gobierno en principio indefinido, pero en el camino inclinado hacia la izquierda o con un color parecido al rosa, es que se contagia del calor de la corrupción de sus socios y termina impregnándose de esa miseria por la continuidad del poder.
Sin un programa mínimo que sea producto de la convocatoria y el debate, sin capacidad de entendimiento y sin poder hilar ni siquiera una sola propuesta que sirva de eje en políticas públicas sostenibles, al gobierno le surgió la idea de volver al lugar donde estaba su predecesor, casi como confiando en los que lo llevaron al descalabro absoluto. Suicidio político le dicen.
Ese retorno al pasado de parálisis gubernativa y desesperación por el dinero público, de permanentes enfrentamientos con el congreso y algunos gobiernos regionales y partidos políticos, no podía hacerse sin la presencia manipuladora de los asesores argentinos, el mejicano y el oscuro venezolano que llegó al final, todos ellos parte de una especie de cofradía que se ha dedicado a crear un foro de análisis y mercadeo político que se codea con el poder en diversas partes de este continente.
Pues bien, al fracaso de eso que llaman el discurso de la lucha contra la corrupción, paradojas de la vida, el zorro nunca se comerá al zorro, se sumó que del discurso jamás se pasó a una acción ejemplar, que no es atacar al enemigo, sino limpiar primero la casa y después o en paralelo continuo, señalar y acusar a los demás corruptos.
Desesperación, cólera, ira, odio… una licuadora de resentimientos por no poder hacer algo trascendente, siendo casi todo calamitoso, los llevó a un segundo escalón, el tener una policía política, que sumada a una prensa servil jugaría en pared, como todo parecería evidenciarlo.
Una policía política que estaba activa por supuesto, que proviene del vaso sombrío, que no se ha creado de la noche a la mañana, que inició sus prácticas mediante el ajuste, el tanteo, el susto, pulseando a opositores incómodos, a algunos periodistas también, enviándoles una tropa de policías con armamento de guerra a la puerta de sus hogares por ejemplo, o deteniéndolos en sus desplazamientos por la ciudad o fuera de ella, un domingo familiar tal vez. Suena conocido, suena a verdad.
Hoy en nuestro imaginario país, una fuerza represiva irregular opera desde el estado según nuestras fuentes, direccionada desde el gobierno, administrada operativamente por un equipo de facinerosos descontrolados, que están cubriendo la corrupción a punto de estallarles, muy pronto.