El ocaso de las izquierdas es largo en su proceso y complejo en su aceptación, porque se esfuerzan en vender imágenes irreales que las toman como ciertas (de allí su bipolaridad política). Para las izquierdas que evolucionaron -es un decir, porque contrario a su espejo, todas involucionaron- del discurso como culto y nueva fe, es decir, desde el marxismo-leninismo de la lucha de clases y la revolución armada hacia la inclusión burguesa que insultaban y luego, al dividirse entre los del pensamiento único y los nuevos líderes del acomodo pecuniario diverso, se sumaron los primeros frustrados al pretendido maoísmo cultural (otra aberración poner al nivel de cultura esa criminalidad fascista) o se fueron a los extremos propios y violentos, como el denominado por ellos “pensamiento gonzalo” (el del partido comunista Sendero luminoso, ahora llamado “militarizado partido comunista del Perú), en una mescolanza de iras y odios característicos en sus procesos, que intentaron trasladarlos hacia los demás, en el escenario de la política diaria.
Las múltiples, diversas y excluyentes izquierdas, petardeadas entre sí, nunca aceptaron sus peleas como producto de sus egoísmos, suciedades, carencia de liderazgos y ambiciones de poder o de ejercicio de presión (algo que ni un solo izquierdista menciona a lo largo de la historia). La estratificación dirigencial fue y es aún, un rasgo racista de las izquierdas, “una marca” de preeminencias, donde los campesinos, los obreros, los ambulantes, los menos, no existen o deben estar mirando hacia la mesa principal, aquella en que se ubican los dirigentes de organizaciones que cambian de nombres en cada proceso electoral y en cada derrota -también electoral-, para reinventarse sin dejar de controlar el pequeño aparato de poder (y de presión, nunca olviden esa palabra).
La política, destrozada en su concepto y razón de ser, cobra otra faceta cuando se mira a las izquierdas: se ha vuelto patrimonio delictivo y de odio, contubernio dirigencial, manipulación de grupos y colectivos, uso de malas intenciones, aprovechamiento selectivo de una agenda de víctimas creadas para sacar dinero y proveerse de recursos con añoranzas inventadas, con heroicidades inexistentes, con lemas y slogans que no dicen nada y no conducen a nada. Es la ira mercantilista, usando el odio de otros, que siendo pobres, olvidados, postergados o excluídos por los propios dirigentes, caen siendo la primera fila de los suicidas militantes que fueron empujados y sacrificados en protestas y movilizaciones violentas en las que jamás están esos dirigentes a su lado o delante de ellos (por cobardía y traición).
Les comento esto, porque lo más agraviante y sinverguenza, es leer o escuchar a los de las izquierdas del odio, apropiarse de las palabras Libertad y Democracia, tratando de cambiarles el significado, para ponerles un barniz rojo de agresividad y confrontación, en especial durante los tiempos que vivimos ahora en el país y que son, sin lugar a dudas, absoluta y total responsabilidad de las izquierdas en su conjunto, provocadoras de violencia, instigadoras de agresiones, impulsadoras de racismo y exclusión social.
No se trata de escoger entre todas las izquierdas subversivas y esa otra izquierda que está gobernando y que parece no ser de izquierda; no caigamos en la perversidad de escoger entre una fruta envenenada y una fruta podrida. El Perú tiene para responder, la nación cuenta con gentes valiosas a las que hay que abrirles camino y acompañarlas en esta difícil y dura tarea. ¿Quiénes son y dónde están? Mira a tu lado y mírate en el espejo de la realidad, porque tú eres la respuesta, no las izquierdas, no el odio.
Imagen referencial, vía unidiversidad.com.ar