Entender el absurdo es complicado, porque no se trata solamente de analizar, encuadrar y observar lo que leemos o escuchamos constantemente, sino que hay que ir a profundidad, bajar al lecho y tocar el fondo, con el riesgo que la estupidez pueda ser contagiante, como le sucede a muchos periodistas que se presentan como sabios en todo, pero son ignorantes “en más que todo” y no se resignan, aspiran a mayor ignorancia.
En las redes sociales sucede que por ejemplo, hay algunos personajes que valgan verdades, se han ganado a pulso el lugar del menosprecio y por eso se les busca, para reír de sus atormentadas conclusiones, para carcajearnos de sus frases llenas de un resentimiento que sólo se le puede ocurrir a gentes atrapadas en algo así como un protozoario de invento, caricaturesco, chiflado.
Y también, en los medios hay varias categorías que obligan al desprecio –hacia ellos por supuesto-, porque transmiten agresivamente una especie de sinfonía del terror, un acorde constante de notas trágicas dando a entender que son compuestas por determinadas personas, sus contrarios, cuando en realidad se trata de escenas inventadas, llenas de mentiras y ganas de daño hacia el oponente.
La naturaleza del odio es variada, pero en esencia es una sola: ser de izquierdas. Y entre esa jauría de pluralidades, que van desde la caviar a la senderista, uno puede ver infinidad de nombres de partidos, frentes y movimientos que son como marcas comerciales del mismo detergente (con puntitos azules, con gotas de limón, con hierba luisa, con granos de poder, con esencias del campo, con fragancias francesas, con lo que sea).
En el mundo inmundo de la política peruana, que es una novela, leyenda y sueño de maldades -que se hace y deshace desde los medios de alquiler y de oferta por temporadas-, hay algunos cómicos de la redacción hepática -no reconocidos- de gran talento, como aquél mercenario de maldades, arquetipo de bufón y ameba de ambiente de monedas en el piso (que sabe recoger con los dientes afilados).
Imaginemos un “chato” como personaje de alguna novela y acérrimo velasquista, moralesbermudista luego, pro Ulloa después y a la vez con algún Delgado Parker en abrazos y peleas, cercano a Toledo gracias a un judío (y siendo el chato promotor del antisemitismo), criticón enfermizo del Apra pero contratista del Estado por su familia de terceros “amiguistas”, hincha y promotor de guiones con Humala y Nadine -¿Te acuerdas de Coco?-, atacante de PPK unos meses pero chequera dispuesta con sus ministros, energúmeno consejero del gran energúmeno y genocida del Lagarto -¿no se lo ha dicho nadie hasta ahora, no?-, silencioso observador de Sagasti porque no le podía hacer bronca (cuenta porqué diminuto servil, cuenta y sácate las caretas) y luego, saltimbanqui de Cerrón y Castillo, jugando a los dos, conspirando por los dos.
Más que risas, una cochinada de trayectoria en páginas de novela, de cuento y de cuentas, pero si leen despacio, verán que es uno de los guionistas de la secuencia que hemos visto pasar: la política peruana como una serie cómica interminable, como una novela aún no editada, como la cuento ahora, novela.
Pequeñeces aparte, toda novela tiene un final feliz.
Nota de Redacción: El presente artículo, es parte de una novela en curso de edición, de un cuento imaginario, no tiene referencia a nadie en especial, por tanto, no puede interpretase equivocadamente lo contrario.
Imagen referencial: El presidente entrevistado en Palacio de Gobierno