Vamos a leer despacio para no caernos de espaldas o desmayarnos: en el Perú del siglo de la oscuridad –el XXI, el del socialismo rebobinado con rostros de eso que se llama amplia participación y en realidad es camino a la nueva revolución-, contamos a la fecha con 21 partidos políticos oficialmente inscritos ante el Registro de Organizaciones Políticas del Jurado Nacional de Elecciones. Esto quiere decir, proyectando nuestras absurdas costumbres en el ámbito parlamentario, que en el peor de los casos unos doce, de 21 partidos, estarán representados en el Congreso de la República y conformarán, también en el peor de los casos, ocho bancadas al inicio y esto, también quiere decir, que la dispersión en más bancadas nos puede llevar a proyectarnos a unas diez y hasta catorce “juntas de intereses” más allá de sus orígenes electorales y entonces, viene la gran pregunta: ¿Es entendible, es manejable, es prudente tener nuevamente esa dispersión parlamentaria para legislar y hacer control político y fiscalización de gobierno, sin desprestigar la institución más desprestigiada del Perú?
Tremendo enredo en el que nos hemos metido ahora y que se nos viene de todas maneras en unos años, si es que no se cambia previamente este panorama. Pero, ¿Cómo cambiar el desenlace y la tragedia si los que deben de hacerlo son parte de ese futuro en camino? Es casi imposible, es políticamente vedado en el concierto de la criminalidad que se ha posesionado de “la política” peruana.
¿No hay soluciones a la vista? No, no las hay si seguimos enmarrocados a la delincuencia congresal, pero es posible hacer los cambios necesarios si se tiene confianza, consistencia, sensatez y decisión en no dejar caer al país en el cadalso que se está construyendo sin ninguna oposición o alternativa de solución. El camino es duro y no trágico por si acaso. Se trata que, si ahora todo sigue igual, entonces, quien gane las siguientes elecciones desde hacer uso de todo el poder necesario para disolver de inmediato el nuevo Congreso y reconvocar a elecciones parlamentarias con una nueva Ley que ponga puntos de partida y límites de poder, una norma más allá del patético Reglamento del Congreso, que especifique que no menos de veinte y no más de treinta congresistas forman una bancada con agenda legislativa pública y esa conformación, deviene del porcentaje electoral obtenido en elecciones para ese fin, no en acuerdos por resultados logrados por una suma de múltiples partes contrarias.
Eso para comenzar. Eso, como punto de partida. ¿Y los que logran menos votos nacionales, pero ganan en un departamento por ejemplo? Pues perdieron, punto. Si una opción popular no tiene respaldo nacional, no debe admitirse en el Congreso; que se vayan a cualquier nivel de gobierno local y aprendan a construir alternativas de poder, en vez de escollos al progreso. Eso se llama construir democracia.
Llevamos décadas de telenovela y suicidio electoral, donde nos obligan a escoger entre grupos de miserables, para empachar al delito. Ya no, se acabó ese supuesto rumbo del legicidio.
Necesitamos un Congreso de la República, con una o dos Cámaras, no interesa si quieren hasta con tres o cuatro. Lo que nos urge es gentes honorables, honestas, de convocatoria y liderazgo, con ideas y propuestas, con un marco legal sencillo, simple y entendible que haga que trabajen o se vayan de inmediato, nada más: trabajar y dejar trabajar (al poder ejecutivo, a los ciudadanos, al país en su conjunto).
¿Es esto posible? Sí, y quien diga que no, seguramente es de los que pretenden seguir en lo mismo de siempre.