Uno podría decir, quizás pensar, que la señora Dina Boluarte ha tenido mala suerte al ser la vicepresidente de Pedro Castillo, hoy en prisión mientras siguen sus incontables procesos judiciales. Sin embargo, no existe ni una sola excusa para sentirse alejada de su cómplice (Castillo) y de su jefe (Vladimir Cerrón), los que jugaron en pared, “con dinero y sin dinero” para destruir la reducida institucionalidad que existía en la presidencia de la República del Perú, hoy vista como la residencia del delito permanente.
La señora Dina, es mucho decirle “presidente o presidenta”, es un mal heredado, una mala herencia, un simbolo de la serie larga de incapacidades e incompetencias de los que llegan al gobierno, profanando el sistema democrático, mintiendo, haciendo demagogia, populismo con odio y rencor. Por eso, tratar como ciudadanos de defender el sistema democrático -porque es nuestro deber-, no es, no puede significar a su vez “la defensa” de dicha dama de la política más ruin y perversa que nos ha tocado espectar.
Desde su oscuro origen, Boluarte hizo de la agresión y violencia más extrema, la respuesta a su intención de imponerse a como de lugar, en la presidencia, porque sabe que el manejo de la violencia en distintos niveles y formas, es una garantía de opresión, en un país donde cada uno “baila con su pañuelo” y no mira al costado, reinando la indiferencia.
Lllegó a traición y se quedó por traición. Le hicieron creer y ella se lo cree también, que es popular y que puede generar un liderazgo con su imagen y discurso preparado por sus asesores -gentes de peor nivel del que ella posee- y alguno que otro adevendizo en el poder que se hace de millones usando el crimen como plataforma de su agenda. ¿No es así, pregunto?
Boluarte no es simpática, tampoco guapa, ni se viste bien; no posee una figura que haga juego con su rostro político porque carece del mismo, se comporta mal porque es agresiva y atrevida al responder, como si estuviera peleando con la casera del mercado de Surquillo (al que nunca ha ido, porque le da asco). ¿No es así, pregunto?
Una colombiana, dos argentinos recomendados por el también procesado ex presidente responsable de docientas mil muertes en la pandemia, una agencia de Washington, D.C. y un venezolano que el patético ex primer ministro “sugar dady” le trajo, han pasado por palacio con sus equipos, maquilladoras, modistas y peluqueros, médicos de retoques y por supuesto, los hipócritas “media training” que se encuentran algo esquivos estas semanas, entre usar frases como “estabilidad gubernamental”, “defensa de la democracia” y “proceso en curso que no se debe interrumpir”, para justificar que su jefa, dueña y pagadora siga donde está y siga también alimentando a sus relacionados.
Estamos en medio de una angustiada perdedora, que no tiene carisma ni llegada al pueblo, ni a nadie con un mínimo de conciencia y, en medio de una mafia de arrabaleros, improvisados, comechados y pervertidos que usan el poder temporal, para asegurarse un poder irregular de largo tiempo, mientras el peruano sigue también, largo tiempo oprimido.
Dina se mira al espejo y se da un beso volado, usa trajes caros hechos a su antojo, colecciona zapatos y joyas como Imelda Marcos -su referente, ese es su ideal de codicia- y se tarrajea cara y cuerpo para sentir una belleza que no posee ni tendrá, jamás. ¿Y saben porqué? Por que lleva sangre en su acción y odio en su dicción. Esa será la trama de su condena: los muertos y los que ordenaron su ejecución, el lavado de activos, la corrupción y el proteger la impunidad, no lo olviden, porque así la asesoren por momentos y acuerdos específicos gentes del nivel de Vizcarra, Acuña, los humalistas “y otros” reciclados y los medios de comunicación que extrañamente callan hoy como ayer, esas alianzas asquerosas tan variadas, son las que la hunden porque no tiene agenda, ni rumbo, ni objetivos, ni discurso, ni amigos, nada.
¿Ahora se dan cuenta porqué no tiene ni siquiera 5% de aprobación? Esa es la terrible condena de una presidenta que nadie quiere ni aprecia, que millones están mirando directamente para aplaudir cuando caiga y sea llevada a prisión, porque ese momento está en camino.