Es evidente que los rezagos de la subversión están en modo de alocada reproducción fatal desde hace años, en que los herederos de los movimientos terroristas MRTA y Sendero luminoso, haciendo uso del enorme aparato financiero que generaron los secuestros, robos y extorsiones que cometieron contra personas, empresas y el país, fueron activando una secuencia de inversiones en la penetración ideológica en el magisterio nacional y desde allí, en abierta alianza con los cárteles de la droga, hacia los sectores rurales, donde penetraron en las estructuras dirigenciales y políticas de las regiones que consideran estratégicas en el “renacer, sembrar y educar en la violencia a las masas”.
Lamentablemente, los servicios de inteligencia, menospreciados y maltratados desde que se inicó el nuevo siglo XXI, no fueron escuchados y se desarticuló una organización eficiente que sirvió de catapulta al terrorismo en su principal actividad: la acción directa. Sin embargo, la siguiente etapa, de contar la historia y hacerla visible en textos y libros para los escolares, universitarios y trabajadores que no estuvieron en el lugar de las víctimas, no tuvo construcción y por eso, los aliados de Sendero luminoso y el MRTA, es decir las oenegés de supuestos “derechos humanos” y la red de seudo intelectuales de la forzada academia (junto con una prensa irresponsable y cómplice al ocultar la verdad), fomentaron una “nueva formación” –que no es ni educación, ni información-, haciendo de los asesinos las víctimas y de las víctimas, los miserables que ocasionaron el nacimiento y la existencia de la subversión de la izquierda extremista en el Perú.
La sociedad era la culpable, las familias se convirtieron en la maldad, ser demócrata fue un símbolo de negación de “los olvidados, de los nadie” que, miren la absurda justificación: “se vieron obligados a tomar las armas para emprender el camino revolucionario”. Esta construcción de otra versión, al revés, se repitió constantemente, como es costumbre en la propaganda comunista, durante más de dos décadas, logrando que quienes no leyeron, que quienes no escucharon de sus padres y abuelos, que quienes no investigaron detrás de los dichos la riqueza de la verdad, entendieran como cierto aquello que Sendero luminoso estaba sembrando en la historia: justificar el odio, aprobar la violencia, reivindicar el caos y romantizar el resentimiento.
Esta descomposición histórica y cultural se repitió y repititó, pero además, estaba como prohibido enfretarla, porque no se consideró algo “correcto”. ¿Y quiénes decidieron lo que era o no correcto, quiénes castigaban a los que aclaraban con la verdad tantas mentiras? Volvemos a señalarlo: las oenegés de supuestos “derechos humanos”, la red de seudo intelectuales de la forzada academia, la prensa irresponsable y cómplice, sectores de la Iglesia católica (olvidando a sus mártires hoy beatificados y camino a la Santidad) y por eco de moda, la propia sociedad peruana.
¿Qué ocurre ahora? Que los comunistas herederos de Sendero luminoso y el MRTA están con autosuficiencia e impunidad “avanzando para arrasar” y quebrar toda mínima estabilidad en la frágil democracia que todavía subsiste. Y ahora…
Nota de Redacción: el presente artículo se publica en simultáneo con el Diario La Razón
Por: Ricardo Escudero / ¿La última oportunidad de Sendero luminoso?