Terminé de leer el libro de Douglas Murray, “La masa enfurecida. Cómo las políticas de identidad llevaron al mundo a la locura” (Península, 2020. Kindle edition), el año pasado en tiempos de confinamiento. Un libro extenso, políticamente incorrecto, al mismo tiempo que esclarecedor en los temas que trata propios de la escena cultural actual.
Señala el autor, que “la interpretación del mundo a través de la lente de la «justicia social», la «política identitaria grupal» y la «interseccionalidad» es quizá el esfuerzo más audaz y exhaustivo por crear una nueva ideología desde el fin de la Guerra Fría”.
Sin negar el valor de estas interpretaciones, hace notar, asimismo, el desborde de algunos de sus expresiones: “Lo que todas estas luchas tienen en común es que empezaron como campañas legítimas de defensa de los derechos humanos. Por eso han llegado tan lejos. En un momento dado, sin embargo, todas descarrilaron. No satisfechos con ser iguales, sus partidarios decidieron arrogarse una posición insostenible como mejores”.
En la red de internet se pueden encontrar fácilmente semblanzas del autor y de los comentarios al libro. En el siguiente enlace dejo una reseña del libro https://www.nuevarevista.net/la-masa-enfurecida-para-pensar-sobre-las-politicas-de-identidad/
Un texto escrito con libertad de espíritu en un ambiente que cohíbe y atenaza a la libertad de pensamiento cuando se reflexiona sobre estos temas. Son cuatro grandes capítulos: 1. Homo; 2. Mujeres; 3. Raza; 4. Trans y una Conclusión. Comparecen en cada uno de los capítulos los diversos temas, aristas, discusiones que hasta la fecha existen: homosexualidad, feminismos, teoría crítica de la raza y de la justicia, transexualidad… Es una conversación abierta en donde se muestran las luces y sombras del debate, con alusión a situaciones, posiciones, estudios y casos que ilustran la complejidad de la cuestión.
Cuenta Murray que “durante sus viajes por Estados Unidos en la década de 1830, Alexis de Tocqueville destacó la importancia del asamblearismo, y específicamente de las reuniones cara a cara con que la ciudadanía resolvía sus problemas antes de que fuera necesario recurrir a ninguna autoridad. (…). El desarrollo de los nuevos medios desincentiva el encuentro presencial, pero eso no quita que este siga siendo el mejor modo de establecer una relación de confianza con el otro. Para actuar de forma generosa hay que partir de la base de que los demás no se aprovecharán de nuestra generosidad, y la mejor manera (si no la única) de conseguirlo es mediante la interacción personal. A falta de esto, la vida se convierte en un catálogo de agravios históricos y fácilmente repetibles”.
Murray propone salir al paso de la furia y exclusión que a veces acompaña a las interacciones sociales, cuidando “que nadie quede relegado por razón de los rasgos personales que le han tocado en suerte. Si alguien posee la competencia y el deseo de hacer algo, ni su raza ni su sexo ni su orientación sexual deberían impedírselo”.
Una sociedad abierta no rehúye la discusión y, precisamente porque es abierta, “cuando dos personas no están de acuerdo en algo, pueden discrepar de forma amistosa si lo que persiguen es desentrañar la verdad o alcanzar un punto de equilibrio. Sin embargo, si una de las partes considera que su propósito en la vida reside en alguno de los aspectos de la propia discrepancia, entonces las opciones de alcanzar un punto de equilibrio disminuyen y las posibilidades de atisbar la verdad se desvanecen”.
No es el diálogo lo que ha de cancelarse, es más bien el desborde causado por la furia lo que debe moderarse.
Nota de Redacción: Puedes leer artículos de Francisco Bobadilla en tertuliaabierta.wordpress.com