Parece engaño y no es incomprensible, muy por el contrario, se trata del guion casi perfecto de los imperfectos pero retorcidos buenistas de la política en esta parte del mundo. Andan como siempre, muy mal, pero peor que antes, repitiendo paciencia y absurda tolerancia o sobreviviendo a las embestidas de la Agenda Global del Foro de Sao Paulo y de su hijo, el Grupo de Puebla. Se sienten agradablemente impuestos, siempre con discursos y slogans de resentimiento y envidia los nuevos próceres de las fallidas revoluciones, con los sucios panfletos ideologizados que han invadido la lectura con su cantaleta perfeccionada de victimización, para reemplazar a medios de comunicación que casi ni existen, porque lo que hay, es medios de desinformación y manipulación.
Durante décadas, las izquierdas han corrompido la educación inundándola de miles de nuevos textos militantes y activistas que tergiversaron la historia, la cultura y nuestras herencias nacionales y la condujeron hacia narrativas absurdas donde un Libertador se convirtió “en el miserable explotador”. Sin excepción, en México como en Perú o en Guatemala, se dedicaron con fondos públicos nacionales y del primer mundo -vía oenegés radicales- a sembrar semillas de maldad en las mentes de niños y jóvenes, haciendo que los valores de la patria se desmerezcan para edificar con antivalores, la mentalidad de “ciudadano del mundo” y nacional de nadie. Es el nuevo gran preámbulo de la destrucción cultural, educativa, económica y moral en todos los niveles socioeconómicos, y hacia todos los ámbitos de cada sociedad y de cada país en su conjunto.
Destruir, arrasar, cambiar la verdad por una “nueva verdad” que vuelve cuasi autómata político al individuo. Transformar al héroe de la nación en el escollo de la terrible revolución marxista, leninista, maoísta, ambientalista, progresista, machista, malinchista o cualquier “ista” con frecuencia sin lógica. Como que les gusta cambiarse de caretas para no mostrar sus sucios rostros envilecidos, esos, los de las izquierdas del odio, subversivos, terroristas, enfermos del alma, enemigos de la humanidad.
Y así, niños, jóvenes y adultos fueron usando palabras sin sentido, ilusiones carentes de proyección, discursos populistas y demagogia a raudales como si se tratase de ideas y propuestas para el progreso y el desarrollo. ¿Y dónde terminamos en este siglo de la oscuridad?
Las naves de la ira y del odio de las izquierdas, se mueven en Latinoamérica al ritmo de la delincuencia que ellos estimulan, consienten y nutren al compás de la violencia extremista y extrema que ellos generan y aumentan en frecuencia y volumen para desinstitucionalizar todo: el Poder Judicial, el Ministerio Público, la Policía, las Fuerzas Armadas, las Iglesias, la Familia. Y utilizan incluso al narcotráfico para diseminar su narrativa.
No se trata de especulaciones, es la realidad.
Estamos en guerra contra la maldad ideologizada de nutrientes marxistas (así ya no se reconozcan marxistas, ni comunistas, ni socialistas). Estamos a merced de organizaciones criminales que infiltran un alcalde, un concejal, un Diputado o Senador -en algunos países llamados Congresistas- y hasta al mismo Ejército. Estamos detectando facinerosos del contrabando y subvencionados del narcotráfico, hechos ministros y presidentes. Lo vemos en México, en Honduras, en Nicaragua, en Venezuela y en otros países arriba del Ecuador. Y todo esto con el consentimiento del DeepState que controla Washington-DC desde la era Obama e incluso, sabotearon a Trump en su primera administración.
Se trata de la inmundicia gobernando y nos encontramos demasiado divididos especulando quién puede ser el reemplazo a cada uno de esos malhechores, cuando en verdad deberíamos reeducarnos políticamente para escoger y ordenar a los mejores, que sean ellos los que nos representen, mientras nosotros los auditamos, controlamos y acompañamos en un esfuerzo compartido, con metas claras, objetivos medibles y planes de consenso que se fundamenten en la razón y la Libertad. Obvio, donde ese mismo DeepState no maneja la administración de justicia.
Hay tareas pequeñas para conseguir grandes resultados. La primera es dejar el ego, la soberbia y la vanidad para presentarnos en fortaleza de dignidad y unidad, donde los que quieren ser protagonistas se pongan últimos en la fila, donde el campesino, el obrero, el Maestro y el médico, la mujer ama de casa y madre coraje, el profesional y el estudiante, los jóvenes que estudian y ayudan a sus familias a subsistir y avanzar, estén adelante de todos: unidos con la Bandera nacional, con la identidad nacional, con nuestros estandartes y nuestros himnos patrios.
Desde su Patria, hagan la promesa de recuperar los caminos de la Libertad y de una mejor, pujante, fuerte y valiente Democracia republicana.
Es el reto a la acción movida por la pasión, que hace la fuerza de la sangre latinoamericana.
Pilas, y siempre con mucha Fe.
Ilustración, La ira, Oswaldo Guayasamín
