Recientemente, activistas de Just Stop Oil lanzaron sopa de tomate a Los girasoles de Van Gogh en la National Gallery de Londres. La acción desencadenó una vez más el debate sobre qué tipo de protesta es más eficaz.
Tras una rápida limpieza del cristal, el cuadro volvió a exponerse. Pero los críticos argumentaron que el verdadero daño se había hecho al alejar al público de la propia causa (la exigencia de que el gobierno del Reino Unido revirtiera su apoyo a la apertura de nuevos yacimientos de petróleo y gas en el Mar del Norte).
Los partidarios de formas de protesta más militantes suelen señalar ejemplos históricos como el de las sufragistas. En contraste con la acción de Just Stop Oil, cuando la sufragista Mary Richardson fue a la National Gallery para atacar un cuadro llamado La Venus de Rokeby, acuchilló el lienzo, causando importantes daños.
Sin embargo, muchos historiadores sostienen que la contribución de las sufragistas para que las mujeres obtuvieran el voto fue insignificante o incluso contraproducente. Estas discusiones parecen basarse a menudo en los sentimientos viscerales de la gente sobre el impacto de la protesta. Pero como profesor de psicología cognitiva sé que no tenemos que confiar en la intuición: se trata de hipótesis que pueden ponerse a prueba.
El dilema del activista
Durante una serie de experimentos los investigadores presentaron ante la gente diferentes descripciones de protestas y luego midieron su apoyo a los manifestantes y a la causa. Algunos participantes leyeron artículos que describían protestas moderadas, como marchas pacíficas. Otros leyeron artículos que describían protestas más extremas y a veces violentas, por ejemplo una acción ficticia en la que los activistas por los derechos de los animales drogaron a un guardia de seguridad para poder entrar en un laboratorio y sacar animales.
Los manifestantes que llevaron a cabo acciones extremas fueron percibidos como más inmorales, y los participantes informaron de menores niveles de conexión emocional e identificación social con estos activistas “extremos”. Los efectos que este tipo de acciones tuvieron sobre el apoyo a la causa fueron mixtos (y los efectos negativos pueden ser específicos de las acciones que incorporaban amenazas de violencia).
En general, estos resultados reflejan el llamado dilema del activista: los activistas deben elegir entre acciones moderadas que en gran medida pasan desapercibidas y acciones más extremas que consiguen llamar la atención. La última opción puede ser contraproducentes para sus objetivos, ya que tiende a hacer que la gente piense peor sobre los propios activistas.
Ellos mismos tienden a ofrecer una perspectiva diferente: dicen que aceptar la impopularidad personal es simplemente el precio a pagar por recibir la atención que esperan por parte de los medios de comunicación con el objetivo de “hacer avanzar la conversación” y ganar apoyo público para su reivindicación. Pero ¿es éste el enfoque correcto? ¿Podrían estar perjudicando su propia causa?
Odiar a los manifestantes no afecta al apoyo
He realizado varios experimentos para responder a estas preguntas, a menudo en colaboración con estudiantes de la Universidad de Bristol. Para influir en las opiniones de los participantes sobre los manifestantes, utilizamos un conocido punto de vista en el que las diferencias (incluso sutiles) en la forma de informar sobre las protestas tienen un impacto pronunciado, que a menudo sirve para deslegitimar la protesta.
Por ejemplo, el artículo del Daily Mail que informaba sobre la protesta de Van Gogh se refería a ella como un “truco” que forma parte de una “campaña de caos” de “ecologistas rebeldes”. El artículo no menciona la demanda de los manifestantes.
Nuestros experimentos aprovecharon este punto de vista para comprobar la relación entre las actitudes que había hacia los propios manifestantes y hacia su causa. Si el apoyo del público a una causa depende de cómo se siente con respecto a los manifestantes, entonces un enfoque negativo –que lleva a actitudes menos positivas hacia los manifestantes– debería resultar en niveles más bajos de apoyo a las demandas.
Pero eso no es lo que encontramos. De hecho, las manipulaciones experimentales que redujeron el apoyo a los manifestantes no tuvieron ningún impacto en el apoyo a las demandas de esos manifestantes.
Hemos replicado este hallazgo en diferentes protestas no violentas, incluidas las protestas sobre la justicia racial, el derecho al aborto y el cambio climático, y en participantes británicos, estadounidenses y polacos (este trabajo se está preparando para su publicación). Cuando los ciudadanos dicen “estoy de acuerdo con vuestra causa pero no me gustan vuestros métodos”, deberíamos hacerles caso.
Disminuir el grado de identificación del público puede no ser útil para construir un movimiento de masas. Pero las acciones con mucha publicidad pueden ser en realidad una forma muy eficaz de captar gente, dado que relativamente pocas personas se convierten en activistas. La existencia de un flanco radical también parece aumentar el apoyo a las facciones más moderadas de un movimiento social, al hacer que parezcan menos extremistas.
La protesta puede marcar la agenda
Otra preocupación puede ser que la mayor parte de la atención obtenida por las acciones radicales no recaiga en el tema sino en lo que hicieron los manifestantes. Sin embargo, incluso en los casos en los que esto es cierto, la conversación pública abre el espacio para un cierto debate sobre el tema en sí.
La protesta desempeña un papel en el posicionamiento de los objetivos de los activistas. No dice necesariamente a la gente lo que tiene que pensar sino que influye en lo que piensa. Las protestas de Insulate Britain –una escisión de Extinction Rebellion que demanda el aislamiento de las viviendas como una acción principal para luchar contra el cambio climático– son un buen ejemplo. En los meses posteriores al inicio de las protestas, el 13 de septiembre de 2021, el número de menciones de la palabra “aislamiento” en la prensa escrita del Reino Unido se duplicó.
Algunas personas no investigan los detalles de un tema, pero la atención de los medios de comunicación puede, sin embargo, posicionarlo en su mente. Una encuesta de YouGov publicada a principios de junio de 2019 mostró que el “medio ambiente” se encontraba por primera vez entre los tres temas más importantes para el público.
Los encuestadores concluyeron que el “repentino aumento de la preocupación está indudablemente impulsado por la publicidad suscitada por Extinction Rebellion” (que recientemente había ocupado lugares prominentes en el centro de Londres durante dos semanas). También hay pruebas de que el aislamiento de los hogares ha ganado puntos en la agenda política desde las protestas de Insulate Britain.
Las protestas dramáticas no van a desaparecer. Los protagonistas seguirán siendo objeto de una atención mediática (en su mayoría) negativa, lo que provocará la desaprobación generalizada del público. Pero si observamos el apoyo público a las demandas de los manifestantes, no hay ninguna prueba convincente de que la protesta no violenta sea contraproducente. Puede que la gente “dispare al mensajero”, pero, al menos, a veces escucha el mensaje.
Nota de Redacción: Este artículo, cuya autoria corresponde a Chair in Cognitive Psychology, University of Bristol, UK, fue publicado originalmente en inglés www.theconversation.com
Imagen referencial del ataque al cuadro de Van Gogh