El desprestigio se ha convertido en una especie de deseo permanente que no avergüenza a sus generadores, al contrario, creen que es su ADN vital, su forma de existir y además, lo justifican como privilegio, a pesar de ser una torpeza, pero como en el mundo estamos de torpezas en torpezas, lo tienen así de pegado a la piel, una condecoración inigualable.
Podemos afirmar que los organismos internacionales están como los partidos políticos porque sus dirigentes vienen de esas cavernas nacionales y ascienden al olimpo de la burocracia mundial o regional para hacerse de más ingresos, viajes, placeres, diplomas, condecoraciones y elogios que ellos mismos se inventan y se reparten unos a otros y de otros hacia unos, en una fiesta interminable de gastos y lujos que colisionan con el mundo que se encuentra en gravísimas condiciones de subsistencia y pobreza, como oscuro sobreviviente de la pandemia, la maldad del globalismo y eso que se llama “nuevo orden”.
En estos escenarios, la OEA no puede perder lo que es su costra seca sobre la piel de América Latina, sus garras ensangrentadas sobre el dolor de millones y sus pisadas agresivas sobre los valores de la Libertad y la Democracia. Sin virtudes en sus autodenominados líderes, desde la OEA se imponen conductas, se abren dictaduras y se cierran gobiernos, se castigan derechos humanos imponiendo resoluciones y decretos inhumanos para castigar no a los gobernantes impunes o sus gobiernos corruptos, sino –paradojas actuales- a los países, increíble.
Como pueden observar, la historia no se equivoca al recopilar la suma de odios sembrados en ese organismo regional que nada bueno ha hecho por los habitantes de tan extraordinarias tierras, sino que los ha condenado a un silencio y esclavitud política permanente, frente a los dictados del saco y la corbata, los discursos y el dinero bajo el brazo de un omnipotente asambleísmo digno de lo absurdo, que hasta en el nombre es parte de una nueva novela al llamarse “consejo permanente”.
Y en el colmo de todos los males a los que nos condena la OEA, tienen un cuerpo movilizable de funcionarios convocados para pasear cuando se realizan elecciones en los países miembros, adonde van como observadores que no ven, oyentes que no escuchan, pero sí como parlantes que profesan el pensamiento único de la imposición progresista de todos los males posibles.
Una vergüenza, eso es la OEA y lo escribo con lástima, porque no quiero que la cólera suba a indignación. Una vergüenza su actual dirigencia, reelegida bajo maniobras antidemocráticas para vendernos la idea de una “nueva democracia”, el colmo.