En el mundo contemporáneo, no es difícil hallar o escuchar estupideces, se ha convertido en una consecuencia de la falta de preparación, ausencia de sensatez, imposibilidad de entereza y carencia de honor. Nadie por ello se hace de escándalos, salvo cuando se trata de alguien que por esas cosas absurdas de la vida, llega a ocupar un cargo o representación importante sobre la vida de sus compatriotas.
Chile es una maravilloso y extraordinario país, una tierra cercana, un aire de común frescura, la brisa que nos viene del sur y que se enriquece con la que calienta desde el norte. Chile es obra de encanto y complemento de futuro, pero para aquellos que nacieron en el odio y en el resentimiento, Chile no es más que algo que hay que usar para extender ideologías de violencia y costumbres de enfrentamiento. Por ello, el señor Gabriel Boric, inusitadamente presidente de ese hermoso Chile que ahora está en constante retroceso –por su culpa y las de todos sus aliados de las izquierdas-, quiere subirse a la ola de la marea roja que él no lidera, a fin de hacerse un espacio más en las noticias y en su albúm del recuerdo, triste y nada edificante recuerdo por cierto.
A Boric no le gusta trabajar, no le gusta estudiar, no le gusta lo que a los chilenos les emociona: progresar, avanzar, construir familia, sentirse referentes de caminos de progreso y desarrollo. No, Boric es al revés, es la ociosidad de estar siempre en las calles o bares aleteando por incentivar protestas, marchas, insultos a los Carabineros, ofensas a las Iglesias –o quemarlas también-, ponerse en plan niña irritada para tener un slogan de resentimientos cada semana, buscando alguien o algo por lo cual odiar. Esa es su imagen preferida, su conducta clásica, su pose de fanático desvestido de cultura, educación y formación. Por eso, a Boric le encanta salir cuando se prende la luz de una cámara de televisión y se oculta rápido, debajo de cualquier arbusto, cuando las cosas se ponen complicadas. El se ocupa de encender, para que otros se quemen.
Y en esa tarea tan poco edificante, nada ejemplar –para nadie-, Boric se ha inaugurado como segundón, como comparsa, como esclavo y títere a la vez, nada menos que de sus colegas de Bolivia, Argentina y Colombia (vaya grupito de incalificables momias de la izquierda latinoamericana), ni uno sólo de ellos, como para decir que es un gran intelectual, un político preclaro, un ejemplo de vida digna, alguien de quien confiar; al contrario, son algo así como “lo que queda de la izquierda” después de Evo, Cristina y las FARC, fíjense esa calaña de los caraduras. Con tremendos ancestros, terribles herederos.
Gabriel Boric no entiende entonces su rol, su posición, su actual estado de gestación (aunque él es abortista). Boric mira a todos lados, se pierde en el vacío, anda desubicado por humos o pastillas, no lo sabemos, no nos interesa. Lo cierto es que en su desorbitado rostro, en su desencajado amanecer, hincado o penetrado por el dolor de la ignorancia y no ser amado, busca notoriedad con cualquier absurdo, pero ha cometido otro error: jamás, nunca debió mencionar al Perú en sus odios y desconocimientos, jamás debió hacerlo.
Hoy por eso, te condenamos Gabriel Boric, el tribunal de los ciudadanos libres te sanciona y condena, porque impartimos justicia del pueblo, a los asesinos del pueblo. Nunca serás bienvenido en la tierra de los hombres y mujeres que estamos luchando por nuestra Patria ante la ofensiva cobarde que tu ahora integras.
Tu complicidad Gabriel Boric, te condena. Y la condena es tratarte como lo que eres hoy, no el Presidente de Chile, sino un insignificante y repulsivo militante del odio, el resentimiento, la corrupción y la impunidad, es decir, un comunista, el dueño de la subversión, el asco que encarna a la permisividad del terrorismo.
Si quieres reivindicarte, renuncia aunque huyas como siempre. Renuncia y pide perdón, que tal vez eso te salve en la historia de América Latina, por todos los calificativos que mereces tú.