En la Encíclica social Rerum Novarum (1891), el Papa León XIII dio la respuesta del mensaje social de la Iglesia al problema de la cuestión social, es decir, al conflicto entre las relaciones de trabajadores y empresarios (trabajo y capital) en medio de las luces y sombras de la revolución industrial de entonces. Las ideologías políticas al uso (liberalismo(s) y socialismo(s)) ofrecían un diagnóstico y unas soluciones basadas en antropologías reductivas.
Con la Rerum Novarum, la Iglesia vuelve a poner en el centro del problema a la persona humana, resaltando la dimensión ética del conflicto. Ahora, es el Papa León XIV quien asume el testigo de su lejano antecesor para ofrecer, con la doctrina social de la Iglesia -experta en humanidad- propuestas creativas que den respuesta a los retos planteados por la revolución tecnológica de nuestro tiempo.
Quiero fijarme en un punto esencial de las fuentes de la doctrina social de la Iglesia que el Santo Padre recordó a una Delegación de personalidades políticas de Francia (28 de agosto). Los animó “a fortalecerse en la fe, a estudiar la doctrina —especialmente la doctrina social— que Jesús enseñó al mundo y a ponerla en práctica en el ejercicio de sus funciones y en la elaboración de leyes. Sus fundamentos están acordes con la naturaleza humana, la ley natural que todos pueden reconocer, incluso los no cristianos y los no creyentes”. Aparece la ley natural como la realidad que une a todos, “escrita no por manos humanas, sino reconocida como válida en todos los tiempos y lugares, y que encuentra su argumento más plausible y convincente en la propia naturaleza” (Jubileo de los Gobernantes, 21 de junio).
Una ley natural escrita “en el corazón humano, cuyas verdades más íntimas están iluminadas por el Evangelio de Cristo”. A esta ley natural hacía alusión la Antígona de Sófocles cuando le encaraba a Creonte que, aunque él había prohibido darle sepultura a su hermano, ella lo había sepultado cumpliendo un deber fraterno, pues consideraba que los decretos del rey no tienen fuerza “para borrar e invalidar las leyes divinas, de manera que un mortal pudiese quebrantarlas. Pues no son de hoy ni de ayer, sino que siempre han estado en vigor y nadie sabe cuándo aparecieron. Por esto no debía yo, por temor al castigo de ningún hombre, violarlas para exponerme a sufrir el castigo de los dioses”.
Junto a la ley natural está la naturaleza humana, es decir la condición esencial de los seres humanos como criaturas de un Dios que nos ha concebido y amado desde la eternidad. El Papa León XIV resalta la dignidad a la que hemos sido elevados: somos hijos de Dios. “En este sentido, dice que “el auténtico florecimiento humano se ve cuando los individuos viven virtuosamente, cuando viven en comunidades prósperas, gozando no sólo de lo que tienen, de lo que poseen, sino también de lo que son como hijos de Dios (Encuentro con The international catholic legislators network, 23 de agosto). Un ser humano que no sólo hace, soluciona problemas, fabrica instrumentos, alcanza bienestar social; sino también que vive virtuosamente. No todo da lo mismo. Cada ser humano está llamado y tiene la capacidad de aspirar a la excelencia propia de la vida buena, asociada al cultivo de las virtudes.
La ley natural, recuerda León XIV, es “universalmente válida más allá y por encima de otras convicciones de carácter más discutible, constituye la brújula que nos orienta en la legislación y en la acción, especialmente en las delicadas y apremiantes cuestiones éticas que, hoy más que en el pasado, afectan al ámbito de la vida personal y privada (Jubileo de los Gobernantes)”. La ley natural se constituye así, como un faro para los navegantes en estas aguas, tantas veces agitadas por crisis morales.