Cada cierto tiempo en este maravilloso y contradictorio país llamado Perú, se busca responsabilizar de todos los males que acumulamos en el tiempo y en nuestras vidas como nación, a alguien, sea quien sea. Entonces se mira al costado o hacia el frente y se comienza a decir que son los políticos, los informales, los empresarios, los medios de comunicación, el Congreso de la República, el gobierno, los partidos presentes y los ausentes, las municipalidades, los sindicatos, las fuerzas armadas, la policía, y no paramos de “identificar” a los que han causado tantos males. No nos atrevemos ni por asomo, a mirarnos en el espejo de la realidad.
Sin embargo, luego de tantos señalamientos con el dedo acusador, se vuelve a un punto en común: ¿Quién pone, quién elige a las autoridades que a fin de cuentas, son las que tienen las mayores responsabilidades? ¿Acaso no nos gobiernan siempre los corruptos, los impunes, los generadores del caos y del estancamiento del país? ¿Quién los puso allí? Y parece ser que esta última pregunta es la base de un juicio muy popular, cada cierto tiempo (como decía al principio).
Durante las ultimas elecciones y desde la salida del Presidente Merino en medio de una serie de constantes secuencias de inestabilidad política en el país, se ha pretendido dirigir las miradas a los que en un principio se les denominó “la generación del Bicentenario” para luego pasar a definiciones extremas que denigran el espíritu de dignidad de muchos de los jóvenes de hace poco, que hicieron mucho con sus protestas, marchas, votos y también con sus silencios.
Recuerdo por eso que durante los años finales de la dictadura militar (1968 – 1980) fuimos los jóvenes de aquellos de tiempos, los universitarios y obreros en especial, los que expresamos en calles y plazas nuestros anhelos por el retorno a la Democracia, y se nos dijo de todo. Y lo mismo ocurrió años después cuando los jóvenes de aquellos tiempos expresaron sus diferencias con el gobierno que pretendía perennizarse y marcaron un ritmo de protestas que tenían también como objetivo, el retorno a la Democracia, y se les dijo de todo. Y paradojas de la vida, o consecuencia de las luchas y razones, principios y valores de los años que van formando el carácter, ocurrió igual durante la salida de un presidente que se vio obligado a renunciar y luego el siguiente fue destituido frente al cúmulo de evidencias de corrupción e irregularidades en las que se encontraban comprometidos. En los cuatro casos, la balanza estaba por un lado contra el abuso y la corrupción y en el otro, por la Democracia y la Libertad. Cada uno sabrá en qué lado se encontraba.
Distintos momentos sí, pero un mismo protagonista central de la protesta: los jóvenes del Perú.
Y fueron jóvenes Mariátegui, Haya de la Torre, Belaúnde… ¿Han leído algo de historia o no? ¿Les han contado todo lo que se decía de ellos en esos momentos? Lean y después piensen antes de pensar lo que van a decir.
Fíjense bien: luego de cada resurgimiento –usemos esa palabra por ahora- de la Democracia, volvimos a lo de siempre: inestabilidad política, vaivenes en la economía, enfrentamientos y conflictos sociales, desapego por la participación en partidos y organizaciones sindicales, ausencia de liderazgos, marcado decrecimiento y expansión de la informalidad, crisis por un tiempo, felicidad por poco tiempo, goles y autogoles.
En todos esos momentos, en esas fotografías que son una película de la historia social del Perú, los protagonistas del mal –así los catalogaron en su momento los sabios críticos de la comodidad del poder- han sido los jóvenes de entonces. Y por eso ahora, no faltan los que dicen que el actual gobierno es también fruto de los errores de los jóvenes que con sus votos permitieron que Castillo y sus secuaces tomen el poder y destruyan al país. Eso, no es así.
Entendamos bien las cosas: si los jóvenes de hoy son los culpables de los males de ahora, como si recién ocurrieran y no tuviesen un devenir, una procedencia en el tiempo, te pregunto. ¿Y cuando tú fuiste joven, acaso el Perú era una maravilla en lo económico, social, político y moral? No, no sean hipócritas pues; qué fácil es echarle la culpa a los que están participando con una actitud distinta, la de ellos, en silencio o indiferencia, errados o no, mientras tú y tu comodidad esperan resultados de otros, para decir luego si son convenientes o repudiables a tus intereses.
Si piensas que sacar a Castillo y su banda es obligación de los jóvenes, estás en un gravísimo error. Es tu deber demostrar que es necesario hacerlo, es tu deber dar ejemplos y argumentar, es tu deber que en tu casa -por ejemplo-, todos sigan y compartan ese pensamiento que quieres imponer a los demás, ¿O es sólo para los hijos del vecino tu crítica y ensañamiento?
Los culpables de siempre son los ladrones de siempre, los políticos, los medios, los mercantilistas, los caviares y sus predecesores que usaban otras denominaciones. Los culpables de siempre son los que se sientan a ver lo que pasa y hablan y hablan, critican todo, se sienten iluminados, acusan y no hacen nada. Los culpables de siempre son los tuiteros y facebuqueros de escritorio, los ahuesados y apolillados en sus mentes, los que se creen intelectuales porque escriben algo, pero cuando salen a las calles nadie los reconoce, ni saluda, ni saben que existen y por eso huyen de las marchas, porque quisieran estar en las tribunas y no están ni para el aplauso al que lo merece de verdad.
Un país no se construye, no se reconstruye sino se cuenta con ciudadanos en todo el concepto de la palabra. Y en el Perú, faltan líderes porque no hay comportamiento ciudadano, sino de farándula y telenovela.