No existe peor maldad que aquella que se expresa como si fuera una absoluta verdad, con tal de hacer daño permanente, con tal de destruir honras y maldecir el honor de quienes son el objetivo de una campaña secuencial de destrucción. Eso es lo que hacen, lo que urden, lo que traman a diario los nuevos mercenarios de la palabra y la imagen que se hacen llamar “el nuevo periodismo”.
No es casualidad que esa nueva trinchera se esconda en el odio y en el resentimiento que produce leer a otros que son más leídos, que produce también envidias porque nadie quiere leer, ver o escuchar a los que hacen de una profesión humilde, el peldaño del enriquecimiento irregular, ilícito e inmoral. Es así el historial de los malhechores de la desinformación y la incomunicación, que han logrado representar a los ojos de la ciudadanía -del pueblo-, a una profesión ejemplar, como si fuera una adicción al mal.
La rentabilidad del daño es inmensa, la riqueza del odio es enorme, pero la senda del maltrato no es duradera, no se sostiene en el tiempo, sino que cae, se inclina más y más en el fango de donde salió. Por eso, después de la política, el “nuevo periodismo” es a su vez, el nuevo centro de las mentiras, la fábrica de la desfachatez, del engaño y la perversidad. Pero no sólo eso, sino que en esas cuevas que bostezan odios, anidan quienes siendo incultos e ignorantes, dicen que hacen periodismo, cuando en realidad se trata de militancia y activismo desde las izquierdas extremistas, las que han ido destruyendo el acceso a la información, el desarrollo de las comunicaciones y la posibilidad del diálogo ciudadano, “creando la destrucción” social.
Vivimos hace tiempo el fin del periodismo, pero existen muchos jóvenes que están haciendo de sus voces y esfuerzos, un camino alternativo extraordinario, de periodismo, no de activismo.